Thursday, March 15, 2012

NOSTALGIA DE BARRO por Saniel Lozano

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De nuestros ancestros, tanto biológicos como étnicos y culturales, nos viene el impuso de amar entrañablemente a la tierra donde aspiramos el primer hálito vital; donde fuimos acogidos y modelados desde los albores de nuestra niñez; o, en fin, donde fuimos acogidos generosamente.

Este impulso emotivo, afectivo y espiritual es el contenido denso que unas veces duerme apacible en los recónditos repliegues del alma. Agua transparente de los remansos; y otras veces corre impetuoso como río desbocado por las venas y pulsaciones intensas de nuestros recuerdos y sentimientos. Entonces, leyendo “Nostalgia de barro” nos encontramos con un escenario en el que entre los meandros de callejas, polvo y guijarros, barro acumulado de tiempo y de vida, historia y anhelos, ancestros y raíces, se configura el universo local en el que moran para siempre jirones de la niñez y juventud, junto al perfil y las siluetas de los mayores, que unas veces aparecen nítidos y definidos; y otras, solo son sombras borrosas y desvaídas, con esa sensación que recogió e impresionó tanto al guatemalteco Miguel Ángel Asturias para su impactante y desconcertante novela “El alhajadito”.

En ese universo de gentes, animales y plantas; quehaceres y afanes cotidianos; creencias, costumbres, ritos y también travesuras de los niños, viven los recuerdos que cada día se llenan de espesor y nostalgia, a la espera del impulso vital que los recupera del olvido y los traiga de nuevo a la vida; porque el verso o la poesía no son juegos virtuosos de palabras, o simple rapto de inspiración, sino fuerza creadora que da forma a las experiencias, sentimientos, memoria, actos, obras y procesos, de manera que por la virtud de la palabra, el poeta resucita o reencarna a quienes se fueron pero que, en realidad, siguen presentes en el mundo recreado, que no cancela ni sepulta el pasado; no lo olvida ni desaparece para siempre, sino que proyecta sobre él la fuerza anímica latente. Seguramente como lo sintió Bécquer, el formidable romántico español:

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay! –pensé- ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro, espera
que le diga: “Levántate y anda!”

Este es el referente geográfico, humano, social y culturaldel que parte Robert Jara Vélez, auténtico poeta de pueblo, formado del polvo que un día se hizo barro lleno de vida en el universo local de Guadalupe, en la provincia de Pacasmayo y, por tanto, costeño y norteño neto, no de urbe o metrópoli, sino de sustrato popular y que, sin embargo, exhibe las más altas excelencias académicas por su formación en el Área de Ciencias Físicas y Matemáticas, y que desde hace tiempo deviene en poeta.

Trajinador de terrenos aparentemente conflictivos y opuestos por el necesario apego a las magnitudes exactas y precisas, por un lado; y por otro, creador de ficciones y metáforas. Dicho con otras palabras, feliz conjuncionador de la razón y el sentimiento, realizando un enlace o matrimonio imposible, digo, es un decir, para decirlo con palabras vallejianas, debe ser cierto que en las dimensiones trascendentes del universo las ciencias exactas se resuelven en un mundo de armonía y plenitud, en cuyo conjunto la poesía no es algo secundario y marginal sino componente vital. Por eso seguramente el filósofo inglés Aldous Huxley habrá de sostener certeramente que entre el hombre de ciencia y el literato no tiene por qué haber separación ni antagonismo, sino que ambos se unimisman en un solo crisol.

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Todas estas reflexiones nos suscita la lectura del bello libro “Nostalgia de barro” de Robert Jara, cuyos textos discurren en aroma de niñez, pueblo, norte y ancestros, y cuyo conjunto poético está organizado en tres partes, cada una de las cuales tiene, a su vez, su propia autonomía, pero que en conjunto se enlazan por un entramado de asociaciones y evocaciones con léxico coloquial, cotidiano, local y lugareño que, sin embargo, no se agota en las fronteras parroquiales o aldeanas; al contrario, por su arte creador, la comarca natal del poeta se expande, crece y desborda.

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“Cantata al silencio”, la primera parte, desarrolla una estampa descriptiva del pueblo apacible en cuyo entorno se dibuja el valle fecundo de los arrozales y el suave rumor del mar vecino, así como la silueta delos cerros Azul y Namul.

Pueblito
polvorientas callecitas
sombreritos de enea
sombreando
hileras de adobes
de caña y
de barro

La atmósfera en que discurren los poemas es densa e intensa. En el conjunto se reaniman lo vestigios de la cultura nativa. Además, el poeta ve el mundo a partir de la perspectiva de su niñez en cuanto soplo, vivencia y remembranza, que se agita también ante anuncios y presagios de acoso, ataque, represiones y ataques, por lo que, entonces, la estampa lírica es atravesada por una persistente inquietud social resultado de la presión de los tiempos de la hacienda:

Se estremece el silencio…
tartamudean los fusiles
enjambre de balas
y se desploma brutal
el monolítico tronco
(el silencio no suda ni tiembla)
y se subleva
el martillo sobre el clavo
el clavo sobre el cuero
la historia sobre el olvido

En la segunda parte, “Abuelos de mis abuelos”, el peso ancestral es mayor, pues no se limita al reconocimiento del origen inmediato, sino que hunde sus raíces en las fuentes raigales más recónditas, que son evocados como reconocimiento a la vertiente que otorga sentido a nuestro mestizaje, en cuyo proceso se erige dominante la figura del cholo peruano norteño y costeño

Abuelo
ocucaje de faldas
labios de espuma
orejas tambores
panza pispada
con talones rajados
con sudores y fríos
con dedos de horquetas

Además, la fuerza telúrica se consolida con la exaltación y reconocimiento de los frutos de la tierra; es decir, la flora y la fauna típicas de la zona:

El fogón arrea bestias
trae ronquidos
tus sueños desfilan
entre mameyes
entre sauces y huesos venideros

Esta sección rebosa de añoranza ancestral simbolizada en el abuelo, la figura patriarcal paradigmática y representativa del modo de ser de la vida de la comarca, y cuya figura se enlaza y proyecta al presente y al futuro de la niñez, por lo que la estampa humana se carga de ternura y añoranza:

Cuentan
que los ríos nacen
al pie
del llanto de los niños
abuelo
y que son ojitos
que han llorado mucho los desiertos

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Así llegamos, por fin, a la sección que otorga el título al poemario: “Nostalgia de barro”. Aquí, la evocación del pueblo, la comarca y la tierra natal se revela como un sentimiento de recuperación y remembranza que modela una comunidad que revive y que contiene el espíritu de los ancestros nativos, los mismos que no han desaparecido, sino que se reencarnan y proyectan en los hijos del presente; por eso se explica y comprende la fuerza telúrica y raigal que recorren todos los versos y poemas del conjunto.

Quédate
y escribamos nuestra edad en el camino
porfa’
no te vayas
¿con quién cashcaré cañas en la rabia de la sombra?
¿No recuerdas?
macollamos juntos
con los mismos ojos sorprendidos
¿Con quién haré cuevitas pa’ esconderme
de la guerra
y ollitas de barro
pa’ rejuntar el aguacero?

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Pero la construcción del mundo poético que emprende Robert Jara no es una copia o retrato del universo local, pues a costa de evocarlo, ese universo resulta reconstruido como una nueva categoría dotada de un halo idealista y mítico, pues el poeta, por más que quiera, no puede resolver los hilos de la nostalgia en un documento o retrato exacto de su pueblo, sino que construye un nuevo universo que se nutre de aquel, pero que adquiere su propio ser, esencia y estructura. Digamos, que la aldea, la comarca o la provincia, a costa de ser evocadas, se resuelven en una nueva Arcadia, o patria feliz, que el poeta se esmera en recuperar. Por eso, junto a los recursos lingüísticos empleados, un eje rítmico y ancestral pueblan los poemas al son de zampoñas, antaras y pinkullos:

El grano revienta. Poncho verde silba zampoñas, silba. Un sudor se obesa, el jolgorio se preña. Dientecitos de leche. Hum, humitas, cantan barrigas al sol, al sol, amarillear, amarillito, diente de oro, olorcito a tamal.

Entonces, la impresión general es la integración de un solo universo en el que el ande y la costa son las fuerzas motrices que el poeta anhela ver resueltas en un conjunto peruano acrisolado, bullente y pródigo. Por eso, aunque el texto parta de sentimientos líricos, pronto se plasma en un universo de canto y elogio del universo local y el poemario resulta traspasado por resonancias épicas y legendarias. Por eso también la perspectiva de construcción no se agota en la visión personal del autor, sino que pronto combina con la opción de la tercera y segunda persona gramaticales

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El lenguaje poético que recorre los ejes del sistema lingüístico adquiere sus propias características: el primero, el eje sintagmático, se plasma en una sintaxis suelta, de versos continuos y concatenados que frecuentemente truncan su construcción lógica, como si quedaran inconclusos y como si rápidamente cambiaran o variaran de planos. La impresión general entonces es la del empleo de una sintaxis quebrada, inconclusa y trunca. Además, los versos no se suceden en una escritura lineal y sucesiva, sino que también se plantan y sostienen en un plano visual, pues el poeta construye una poesía que para ser percibida y sentida, no basta con ser leída, sino que debe ser también observada y contemplada por el fuerte impacto de la dimensión espacial gráfica, espacial y visual:

la historia coja
h
ú
n
d
e
s
e
en la sangre
y la sangre
se adormece
echa a un lado
la lengua
la cabeza

En el plano paradigmático el autor opta por un léxico local, popular, traspasado de giros coloquiales, dialectales, hogareños, familiares y aldeanos. Por eso el autor no nos ofrece la visión de una poesía ilustrada, refinada o culta. No es su propósito ascender al nivel del léxico refinado o puramente artístico, pues si el tema tiene que ver con lo raigal y popular, el lenguaje no puede seguir un rumbo de nivel culto por la propia palabra o frase; al contrario, tiene que responder también al modo de ser o, en este caso, de hablar de la gente del pueblo. Este manejo lingüístico llega a niveles muy altos en la tercera parte, que es como una orquestación y elevación poética del léxico popular y cotidiano:

Semán es un gallo
con chucaques pensativos como el agua

Sudor que baila tondero
bramido memorioso de la pampa
fiesta de pies descalzos en el surco
sombra de palomas
silencio de algarrobo

Semán / sudor de adobes /te debo un toro

Por eso mismo, tratándose de una lírica de proyecciones épicas, el estilo no se queda en el plano expositivo y afectivo, nominal y adjetivo, sino que frecuentemente se dota de dimensiones secuenciales y verbales, próximas al eje narrativo.

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En resumen, Guadalupe, la Arcadia feliz y su entorno, como la estancia de Semán o los cerros Azul y Namul, no se agotan en su recreación local, sino que se erigen en elementos de una poética simbólica y representativa de cualquier pueblo, especialmente de la costa peruana. De esta manera, Robert Jara Vélez nos invita a introducirnos en el paisaje raigal de su tierra y de sus ancestros, a la que nos guía con la destreza de su lírica poética y musical sustentada en componentes legendarios. Añoranza de la comarca, sin duda, pero también elogio y admiración de su pasado; con su poemario, Robert nos conduce a su comarca, a recorrer afanosos los parajes de arenales y sus campos fecundos y pródigos, donde se ha quedado arrullada su niñez, hundida en el regazo de sus ancestros familiares y poblanos. Sólo que, después de recorrer con él su pueblo y su provincia, no nos quedamos ni nos deja allí abandonados, sumergidos en el pasado, sino que él actualiza y universaliza sus raíces, sus pasos, sus huellas y las de sus mayores y antepasados. Como aconteció con la poesía indigenista (pensamos en Luis Nieto, Alejandro Peralta, Mario Florián), estamos ante una versión moderna de una poesía nativista o neonativista de espacio y ambiente costeño y norteño. Poesía aldeana y parroquial dirán algunos; pero no: el tema, es verdad, se conecta con el pasado; la memoria lo actualiza y el verso se nutre de presente y de futuro. Robert Jara Vélez se mantiene leal a una rica raigambre de resonancias culturales nacionales y proyecta su comunidad a una consideración general en el conjunto cultural del país.

Trujillo, 09 de febrero del 2012
Auditorio de la Beneficencia Pública

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Saniel E. Lozano Alvarado (Salpo, La Libertad)
Dr. en Educación (UNT)
Escritor, Investigador, Crítico Literario
Catedrático de la UPAO
Director de Pueblo Continente, revista oficial de la UPAO