Sunday, May 15, 2011

La inversión del éxito y/o fracaso

¿Si un drogadicto consigue droga, será un exitoso o un fracasado? ¿Para qué persona normal este drogadicto no sería un fracasado? ¿Para nadie, verdad? Entonces permítame preguntar: ¿cómo es posible que alguien que logra lo que quiere resulta siendo un fracasado?

En un proceso de observación serio el observador deja de lado todos sus prejuicios. No manipula al objeto para que se comporte de modo tal que se cumplan sus objetivos –expectativas- personales. El observador describe –analiza- al objeto tal y como el objeto se comporta aunque dicho comportamiento resulte completamente reñido con lo que él espera(ba). No es el observador quien valida al objeto sino el objeto mismo vía el experimento. En nuestro caso, el que una persona normal espere que el drogadicto no compre droga no tiene nada que ver con lo que el drogadicto haga. Puede esperar que el drogadicto no compre droga, pero hasta ahí nomás deben llegar sus anhelos. El drogadicto resulta un fracasado por que el observador no ha renunciado a sus expectativas, es decir su juicio es prejuiciado: que no alcance la droga; expectativa que además es opuesta con la del objeto. Por tanto desde el punto de vista del objeto, que es lo razonable y correcto, irónicamente el drogadicto resulta siendo exitoso. Eh ahí el problema: el observador ha perdido la perspectiva, y ha cambiado la naturaleza propia del objeto por la que él mismo anhela.

¿Es razonable evaluar a un drogadicto en función a objetivos que no sean los suyos?
¿No sería acaso como coger a pedradas a una gallina por que no pone huevos de pato? ¿No sería acaso como pedirle peras al olmo?

No podemos reclamar como deuda una deuda que no se ha contraído. Tampoco se puede reprochar el no haber llegado a la cima cuando se propuso llegar a medio camino. El drogadicto es un exitoso desde su punto de vista y desde el punto de vista de cualquier buen drogadicto. Donde un buen drogadicto es un drogadicto que se droga como debe ser. No es ironía, lo que sucede es que el observador ha perdido por completo la perspectiva: emite un juicio valorativo respecto al drogadicto basándose en sus propios objetivos, y no en los objetivos del drogadicto como debería. Juzgar al otro sobre la base de nuestros propios objetivos es condenarlo a priori al fracaso, más aún si los objetivos del observador y del objeto están reñidos. Juzgar al otro de esta manera solapa cierto arrebato de intolerancia y/o superioridad dogmática.

Cuando los objetivos del observador y del objeto son reñidos (como los de un hijo drogadicto y los de un padre ejemplar) y el observador pierde la perspectiva (juzga al objeto bajo sus propios objetivos) el éxito del objeto, inevitablemente, implica el fracaso del observador, y viceversa. Bajo estas condiciones el éxito -el fracaso- simplemente se invierte.

Friday, April 15, 2011

Las mayorías democráticas...

El que la mayoría respalde una opción no implica que esta opción sea la más favorable, la mas idónea. Tampoco implica que la mayoría goce de superioridad racional. El respaldo mayoritario es el factor numérico que echa andar el mundo cuando este se atasca ante algún dilema; es el factor numérico que discrimina a favor de una de las alternativas existentes, simplemente. La lógica es sencilla: es necesario elegir entra A, B, C, etc., para que el mundo se eche a rodar, se desatasque; ahí es cuando aparecen las mayorías democráticas, ahí es cuando la existencia de las mayorías adquiere justificación.

La toma de decisión colectiva, democrática, es un eufemismo que solapa y justifica la exclusión de las minorías; y prioriza, entrona, la voluntad de las mayorías. Es así como estas últimas dimanan monopolizando el devenir histórico y el “derecho a acertar o errar”. Pero, claro está, las mayorías no monopolizan la razón, ni los aciertos, ni la lucidez; como tampoco las minorías desplazadas monopolizan la sin razón, los errores, la miopía. La mayoría legitima una opción mas no le otorga calidad

Si bien las mayorías desatoran el devenir histórico eligiendo la ruta a seguir, ahí mismo acaban sus grandes facultades. Pues las mayorías son completamente excluidas de la ejecución, concreción y construcción de dichas rutas. Esta responsabilidad recae en las minorías ejecutoras, no en las minorías excluidas, si no en las minorías de de elite, de quienes depende por completo el estado final de la ruta. ¿Eso es democracia, decidir por una ruta para que otros las concreten? En este sentido las minorías excluidas sólo han de envidiarle a las mayorías el no ser un número más grande; detalle que las condena a una postergación sistemática y constante. ¿Por qué no son las minorías desplazadas las que desatoren el mundo? ¿Acaso las minorías desplazadas no tienen derecho a errar o acertar? Un número no debería negar este derecho, pero sí lo hace.

¿Pero realmente las mayorías democráticas deciden el devenir histórico?: sí, pero sólo aparentemente. Esto es lo que se ve en el escenario, es el montaje formal. Tras bastidores son las minorías de elite quienes realmente deciden todo valiéndose de la parafernalia publicitaria y de las bondades de la psicología de masas. Las mayorías lamentablemente parecen ser altamente domesticables, razón por lo que inevitablemente sucumben ante las estrategias publicitarias. Las mayorías en ese sentido resultan ser sólo una conciencia extendida o proyectada de la conciencia de las minorías de elite. Su poder de decisión es un infeliz espejismo, una cruel y simple acción inducida, una ilusión.

Las minorías de elite deciden el devenir histórico valiéndose de su médium llamado las mayorías, y de su ponderada estrategia de (in/se/re/con)ducción llamada marketing. Las mayorías democráticas sufren la ubicua ilusión de decidir; claro, sin la posibilidad de poder descubrirlo, salvo raras excepciones. Las minorías desplazadas terminan convertidas en gritos y aleteos de rebeldía e indignación; exigen el derecho al error. Así, creo, quedan burdamente repartidos los roles sociales en un típico proceso (dizque) democrático.

Tuesday, March 15, 2011

La humildad en tiempos de competencia

¿Qué me demanda la humildad para alcanzarla?: ¡Callar mis virtudes! ¡Callar mis virtudes y sentarme a esperar que tú, algún día, las reconozcas! En una sociedad competitiva como la nuestra, la humildad no sólo resulta anticuada sino también tonta. La realidad me obliga a escoger entre ser no-humilde y ser tonto.

¿En una sociedad donde los hombres son competencia, donde los hombres se ven entre sí como obstáculos a los que hay que sortear de cualquier manera, es sensato esperar que tú reconozcas mis virtudes?: no es sensato, es tonto. Y peor aún, si mi meta es igual a la tuya y/o el camino para llegar a mi meta es igual al tuyo o bien se entrecruzan. Y peor aún, si acepto el dictado de la realidad: el modo más fácil y mas rápido, aunque por perverso no menos humano, para llegar a mi meta es exponiendo (y/o sobredimensionando) mis virtudes y ocultando (y/o minimizando) mis defectos, y exponiendo (y/o sobredimensionando) tus defectos y ocultando (y/o minimizando) tus virtudes. No hay camino más rápido, no hay camino más fácil y directo.

¿Por qué no te incomodas, por qué no me reprochas, por qué no me callas cuando expongo mis defectos?: No, ni te incomodas, ni me reprochas, ni me callas, más bien te acomodas en tu sitio y te prestas a escucharme con beneplácito; oigo, a través de tu silencio sádico y cómplice tu voz de aliento: no pares, sigue, sigue... Ni te incomodas, ni me reprochas, ni me callas, acaso porque mi discurso favorece y robustece tu embestida, reafirma mi fracaso, reafirma tu éxito. No hay que ser hipócritas: si somos competencia mis virtudes no te convienen como sí te convienen mis defectos. Entonces: ¿Si tú te esmeras en inflar mis defectos y minimizar mis virtudes, acaso no quedo yo y sólo yo para contrarrestar tu embestida? ¿Quién más que yo para gritar mis virtudes y callar mis defectos en nombre de mi propia sobrevivencia?

¿Por qué te incomodas, por qué me reprochas, por qué me callas cuando expongo mis virtudes? Y no sólo te incomodas, me reprochas y me callas, sino que encima me acusas y sermoneas hasta hacerme sentir un pobre diablo por pregonar mi lado bueno: pedante, vanidoso, soberbio…

¿Por qué decir mis virtudes es malo, mientras que callarlas es bueno? ¿Por qué callar mis virtudes es bueno, mientras que decirlas es malo? ¿Por qué esta actitud malvadamente asimétrica? ¿Por qué, si en un mundo donde tú y yo somos competencia, mi humildad resulta ser de tu absoluta conveniencia? ¿Por qué, sin en tiempos de competencia, mi humildad te alumbra, mientras a mi me oscurece? La humildad, en tiempos de competencia, sin lugar a duda, resulta una tara, un defecto, una cosa de tontos. La humildad en tiempos de competencia, sin lugar a dudas, es urgente redefinirla.

Saturday, February 26, 2011

Erase una vez un hombre pegado a un celular...

Una de las cosas que más me conmueve es verte caminando solo, por la calle, con el celular pegado a la oreja. Eso de caminando, es un decir, porque el sentimiento es el mismo si tienes el celular pegado a la oreja mientras estás sentado o parado. ¿Por qué me conmueve? Es que jamás había visto a la soledad caminar tan sola, con tanta frecuencia. Tú, con el celular pegado a la oreja eres la soledad en plena negación. ¿No es acaso patético hacerme creer, con ademanes, gestos y palabras incluidos, que no estás solo? ¿Desde cuándo el celular es sinónimo de compañía? ¿Desde cuándo el celular mata la soledad? ¿Desde cuándo el celular te da status? La compasión cede paso a la indignación, a la rabia cuando te pegas al celular mientras yo camino solo a tu lado. ¿Por qué diantre permito que me faltes el respeto de esa manera? ¿Por qué diantre no te arrebato el celular, y lo estrello contra el piso? ¿Por qué no me doy mi lugar? ¿Por qué diantre no te mando a rodar? Pero sucede que me avergüenza tener que pedirte que notes mi existencia, me avergüenza tener que disputar un lugar en tu vida con un celular: ¡qué patético! Pero bueno, no me molesta que tengas celular y con él la posibilidad de poder comunicarte con tus amigos, lo que me molesta es que no recuerdes o no te des cuenta que la presencia de tu celular no te da derecho a postergarme, a hacerme caminar a tu lado solo como un bolso o un llavero. ¿Por qué has de priorizar al que está lejos y no a mí, que camina a tu lado? No lo mal entiendas, no digo/pido que no hables con los demás, sólo digo/pido que no debes postergarme, sólo te digo/pido que no me hagas caminar como un zonzo a tu lado. Eso me jode la existencia. Eso hace que odie a tu celular. Contesta, habla si quieres, pero jamás te olvides de que existo, de que camino a tu lado. ¿Qué crees que siento cuando camino a tu lado oyendo, obligado por las circunstancias, tu improvisada y cotidiana conversación, de la cual, obviamente, no formo parte? ¿No bastando con que me ignores, tengo que escuchar tus trivialidades, tus temas comunes? No te pases, quizá te perdonaría si tu conversación al menos tuviera rango de emergencia, de inusual, de rara, en suma, de impostergable. ¿Acaso crees que por estar conectado vía celular perteneces a un club cuyo privilegio consiste en postergarme? Estoy harto de caminar junto a ti, sin ti. Estoy harto de ser tu bolso, tu llavero, tu zapato. Y creo que en vez de caminar junto a ti voy a largarme lejos, y desde ahí, mientras veo la tele, mientras defeco sentado en el wáter, mientras me saco los mocos tirado bocarriba en la cama, voy a timbrarte; no sólo tengo la certeza de que captaré tu atención, sino que apreciaré más tu amistad y me llevaré de maravillas con tu celular. ¿Si ganaría tanto con largarme, porqué no lo hago? Quizá porque mi decisión, en el fondo, no soluciona el problema de a raíz; si bien es cierto yo dejaría de ser postergado, otro vendría a ocupar mi lugar. Y eso, no se lo deseo a nadie. Increíblemente, tú y tu celular sólo habrán cambiado de postergado. De ahí que lo justo sería que entiendas que camino a tu lado porque te estimo, y que por lo tanto merezco un poco de consideración. Urjo una disculpa de tu parte, urjo que me devuelvas mi lugar. Exijo un mejor lugar que tu llavero, exijo un mejor lugar que tu querido celular. ¿Es acaso mucho pedirte? Sólo espero tener un día el valor de decirte lo idiota que me siento caminar a tu lado; sólo espero tener un día el valor de decirte lo idiota que eres por no darte cuenta que me maltratas; sólo espero tener un día el valor de arrebatarte el celular y estrellarlo contra el piso, o quizá contra tu dura cabeza. Solo sé que si un día te enteras de esto, todo lo achacarás a mi complejo de inferioridad. Esa será tu excusa perfecta (y barata) para no torcer tu brazo, para no devolverme mi lugar. Entonces no me quedará más que caminar resignado a tu lado como un llavero o largarme bien lejos para olvidarte, o largarme bien lejos para al fin hablar contigo por celular, largo y tendido. No sabes las ganas que tengo de mandarte a la mierda. No sabes el hígado que soy mientras me postergas. No sabes las veces que me repregunto: ¿por qué carajo permito esto? No sabes lo horrible que me siento de saber que no basta con indignarme; pero ahí persisto, en aras de no ser un acomplejado, aunque sin dignidad, y de que no ser acusado de odiar a tu celular. Te pregunto por millonésima vez, en son de víctima: ¿quién merece más consideración, yo que he movido mi esqueleto entero para caminar a tu lado, o tu amigo que no ha movido un solo hueso por hacer lo mismo? ¿Crees que eres la envidia de todos porque hablas por celular?: Te da status, ¿no? ¿Crees que te ves lindo cuando finges hablar con alguien cuando en realidad no hay nadie al otro lado de la línea?: sólo por no hacerte sentir mal, te sigo la corriente; aunque a veces me dan ganas de confesártelo. ¿Crees que es bacán que finjas que hablas con alguien muy importante?: ridículo, arribista. Recuerdo aquel amigo que jactábase de tener amigos en el congreso de la república. Cómo inflaba el pecho, hasta que le espeté en la cara los robaluz, los come pollos, los lava pies, los mata perro, etc. que integran el prestigioso congreso de la república. Si yo tuviera un amigo en el congreso o lo callaría o lo confesaría con consternación y vergüenza. ¿Crees que te ves lindo haciendo muecas, ademanes, lanzado risas o gritos al aire a vista y paciencia de medio mundo?: si pudieras filmarte, y luego verte, sentadito en tu mueble, te darías cuenta que el chavo del ocho te queda chiquito. ¿Crees que te ves lindo pasando el celular de la oreja a la boca y viceversa?: idiota, doblemente idiota. Una, por hacer aquel patético movimiento; y dos, por suponer que el fabricante de celulares es tan idiota como (tú) para crear un celular cada vez más y más diminuto que no capta la voz si no hicieras aquellos movimientos tontos. ¿Qué lo haces por monería, por sacar cachita? Bueno, eso se llama idiotez camuflada, simplemente. ¿Crees que es divertido llamar y llamar a tus amigos que figuran en tu directorio?: recuerdo que cierto amigo el día de su cumpleaños en vista de que nadie llamaba a saludarlo, él los llamaba uno a uno para decirles más o menos lo siguiente: hola, te llamo para que me saludes; te recuerdo que hoy es mi cumpleaños. ¿Crees que es inteligente tener un celular carísimo que tiene de todo, pero que sólo lo usas para hacer lo que harías perfectamente con un celular de S/. 69, por ejemplo?: no eres más que un filántropo convicto y confeso de las grandes compañías de teléfonos. Recuerdo a cierto amigo mostrándome su reloj que le había costado miles de soles porque dizque el reloj podía estar a 20 o 30 metros bajo la superficie del agua sin malograrse. Lejos de felicitarlo, o mostrarme admirado, como él seguramente esperaba, no se me ocurrió mejor idea, sin ánimo de ser aguafiestas, que preguntarle: ¿y cuándo carajo vas a estar a 30 metros bajo el agua? Supongo que SENAMI ha pronosticado un diluvio, o algo por el estilo. ¿Crees que es inteligente hablar por celular mientras manejas tu carro, tu mototaxi, tu bicicleta?: eres el chofer favorito, y por tanto acaloradamente aplaudido por las funerarias, por los talleres mecánicos, por las clínicas, por los hospitales. ¿Crees que es justo que tu celular timbre a cada rato mientras dictas clase?: hum, pésimo docente, aparte de conchudo; lo más seguro es que has prohibido el uso de celular a tus sufridos estudiantes. ¿Crees que es justo hablar por celular mientras tus estudiantes exponen?: ofensivo; yo de tu alumno, suavecito nomás me instalo de nuevo en a mi sitio. ¿Crees que es divertido viajar contigo teniéndote como compañero de asiento?: desastroso; sumaría a mi equipaje de mano un par de tampones; aunque pensándolo bien, lo más justo sería llevar cinta de embalaje para taparte el hocico. ¿Crees que es bonito ver que tu enamorada, por ejemplo, te llama cada dos minutos con achaques de amor?: simplemente saco, saquísimo, pisao; tu celular opera como un preciso dispositivo de sumisión y control, simboliza el ocaso de tu libertad; no te resistas, que pronto tu libertad será ultimada por la complicidad del inefable GPS. ¿Crees que…? Primero soy yo, después tu celular, ¿me entiendes? No, no entiendes, sino ¿por qué diantre mientras hago mi cola en el banco, por ejemplo, esperando mi turno, y tu teléfono timbra, automáticamente me postergas? Mientras sigo parado ahí, frente a tu escritorio, esperando mi turno, soy testigo privilegiado de cómo el cliente al teléfono, en absoluta complicidad contigo, usurpa telefónicamente y descaradamente mi lugar en la cola. ¿Por qué el cliente al teléfono, quien no ha movido su esqueleto hasta el banco y ni siquiera ha hecho la (aburrida) cola, etc. es atendido antes que yo? ¿Es justo? No, no es justo; pero no tengo el valor de alzar mi voz de protesta. Mi silencio avala un acuerdo tácito y oculto: un tipo con teléfono es más importante que uno sin teléfono. Quisiera que sepas que no dudo de la importancia del celular, soy consciente de que ha permitido que te conectes con los que están ausentes, ha permitido que tu mundo se achique. Pero claro, a costas de alejarte de mí. Tu celular no debería servir para que me lastimes, no debería, pero lo hace. Aunque en realidad no es tu celular quien me lastima sino tú, con el lugar equívoco que le has prodigado. ¿Sabes?, lo que más me asusta de tu celular es ver cómo priorizas a los seres lejanos y ausentes en desmedro de los presentes y cercanos. No permitas, por favor, que el celular nos aleje más; que por lo menos nos deje como estábamos antes de que se instalara en tu oreja. Me avergüenza, pero te confieso, a veces ruego que los científicos de una vez por todas confirmen que el uso prolongado de celular causa cáncer cerebral para que de una vez por todas abandones tu celular y volteas tu atención hacia mí; pero no será así: ¿acaso la certeza científica de que el cigarrillo, por ejemplo, causa cáncer, ha convencido a los fumadores que dejen de fumar?; pero no será así, el celular seguirá de vez en cuando causando enajenamiento, soledad, postergación, enfriando el corazón, nublando el pensamiento; pero no será así, ya no hay vuelta atrás. El celular, o la idiotez en movimiento. El celular, adminículo que no sólo acerca a los que están lejos, sino que de vez en cuando aleja a los que están cerca. Adiós, adiós, otro día prosigo con mi perorata; mi amigo ha terminado de hablar por celular, justo al pie del semáforo; ha volteado toda su humanidad hacia mí. Advierto que es de noche, y que mi amigo es inmensamente feliz. Por mi costado pasan muchos seres con la oreja pegada al celular; mientras muchos otros, como yo, no hacen sino soportar su indignante rol de llavero, estoicamente. A lo lejos retumba la bocina del tren.

Tuesday, January 18, 2011

Obras malas, títulos buenos...

Una de las cosas más difíciles que me ha resultado en mi proceso de creación poético es colocarle nombre a mis poemas, cosa que no me sucede mucho con mi proceso de creación narrativo. Esto ha hecho que mis poemas terminen careciendo de un título convencional y terminen poseyendo simplemente una etiqueta: un número arábigo, romano; o una letra; o algo por el estilo. Por tanto, eso de que mis poemas tengan una letra o un número como título no es más que la evidencia concreta de mi poca o nula pericia en el oficio de poner títulos. Sí, porque creo que poner títulos es un arte en sí mismo, un arte cuyo resultado oscila en un intervalo de valores que va desde una obra malísima que ostenta un título malísimo hasta una obra buenísima que ostenta un título buenísimo. Otras posibilidades, por ejemplo, serían: obra malísima, título buenísimo; obra buenísima, título malísimo; etc. Y esta posibilidad combinatoria entre titulo y obra es algo que me ha intrigado desde hace buen tiempo. Por ejemplo, Todas las Sangres y Trilce, son dos títulos que han escapado a la gravedad de la obra en sí, sin importar si esto ha sucedido por su valor sociológico o poético. Son títulos que habiendo nacido como tales se han convertido en nombre de asociaciones, en nombre de grupos musicales, en nombre de colegios, en nombre de academias, etc. Son títulos que han dejado de ser simples títulos para pasar a formar parte de argot colectivo. Todas las Sangres me parece un título bello, con una fuerza increíble, que además describe de manera insuperable nuestra condición de mestizos, simboliza la igualdad, el colectivo; leer el sustantivo innumerable sangre pluralizado resulta simplemente bello. Trilce, sustenta su reinado en el misterio que rodea a su origen, al sonido suave, nostálgico y antiguo que exige cuando es leído en voz alta. Y por supuesto, sería deshonesto no decirlo, estos títulos han contado con la suerte de ser hijos de dos autores importantísimos del parnaso literario peruano, de dos autores de culto. ¿Si estas dos obras, con la edad que tienen, no hubieran sido de dos gigantes de la literatura peruana hubieran calado hondo?

Un título con buena estrella sería un título al menos poéticamente bueno, de una obra al menos buena, de un autor al menos conocido. Claro, desde el punto de vista purista del arte, debería bastar con lo primero; pero sucede que eso no bastaría para calar en el colectivo.

Si bien he nombrado títulos de José María Arguedas y de César Vallejo, dos vacas sagradas (y muertas) de la literatura peruana, nombro a La miseria y el hambre, y Un poco de aire en una boca impura, títulos de los poemarios de los poetas y amigos (vivos, aún, para suerte) Antonio Escobar y Ricardo Ayllón, respectivamente; nombro a El Asno que voló a la luna, título del libro de cuentos del escritor Cromwell Jara. O nombro a Te besaré toda la vida, título de la obra de teatro del puertorriqueño José Luis Figueroa, que aunque al comienzo me sonaba algo cursi, luego me resultó simplemente hermoso. Quizá, a modo de simple ejercicio y/o polémica (por lo subjetivo y espinoso del asunto) sería interesante rescatar del olvido aquellos títulos bellos de la literatura peruana. La idea es intercambiar títulos e ideas y tratar de llegar a un ¿(im)posible? consenso. Yo, por ejemplo, tengo una lista encabezada por mi título favorito: Todas las sangres, salvo mejor/peor parecer y/o mejor/peor gusto.

Obviamente una obra debe llevar un título. ¿Pero a qué obedece dicho título? En mi caso, como dije, me es casi imposible, si no imposible, ponerle título a mis poemas, al igual que a mis poemarios. Tengo poemarios escritos hace años y aún sigo buscándoles título. Sé que el título es necesario, pues de algún modo hay que identificar y referenciar a una obra, de algún modo hay que llamarla, en aras del (des)orden. Que si el título tenía que ver con el contenido de la obra y no sé qué ocho cuartos más ya no es del todo cierto, sino recuerden a Trilce. El título es simplemente un rótulo, una etiqueta que identifica a cierta obra. ¿Y qué sucede, por ejemplo, con el título de una obra desde el punto de vista de un editor? ¿O simplemente, qué sucede si se piensa en el mercado? Porque claro, aquello de que yo escribo para mí y nada más que para mí, ya es un cuento bien pasado de moda, un cuento que a nadie se le (debe) cree(r); y más si se publica, ¿no? (¿si no quieres que te lean por qué carajo publicas?) En el mercado un título bueno, léase bello, podría confundirse con un título marketero (y se haga la errónea asociación: bello=marketero), un título que engancha, un título impactante, un título que rompa el ojo al cliente, digo lector. Pero claro, podría suceder, ¿por qué no?, en aras de un equilibrio calidad mercantil-calidad artística, de que un título bello sea también marketero; un título bello y marketero, ¿por qué no? ¿Acaso no es un sueño, de todo aquel que publica, que lo lea medio mundo? Hipócrita el que publica y se desvive por hacer creer a los demás que no le importa si lo leen o no. Yo, cuando me entero que alguien anda diciendo ahí que no le importa si lo leen o no, simplemente no lo leo; ¿con qué derecho habría que hacer algo en contra de la voluntad ajena?

Finalmente, ya que el morbo mueve multitudes, me pregunto (y te pregunto) por aquellos títulos buen(ísim)os endosados a obras mal(ísim)as. O simplemente me pregunto por aquellos títulos buen(ísim)os o mal(ísim)os en sí mismos (purismo literario), sin importar un pepino si la obra que los ostenta es buen(ísim)a o es mal(ísim)as; me pregunto, por qué no, por aquellos títulos bellos y/o marketeros.

Monday, December 20, 2010

Adoro tanto la navidad...

Si confieso que adoro la navidad, así a secas, ahí quedaría el asunto. Si confieso que adoro la navidad, y no soy católico, ya el asunto genera una ligera extrañeza. Si confieso que adoro la navidad, que no soy católico, que en realidad soy ateo, el asunto ya exige explicación. Si confieso que adoro la navidad, que no soy católico, que no soy ateo, sino que en realidad soy agnóstico, el asunto exige una explicación aún mayor. Y si tras todo esto confieso que durante la navidad, no contento con armar un pequeño nacimiento y un arbolito en un rincón de la sala de mi hogar, me aúno al grupo de pastores Ortega Mejía (de Guadalupe) y con él salgo a recorrer las calles de Guadalupe, cantando de nacimiento en nacimiento, ya el asunto adquiere ribetes de locura, de perfecta inconsistencia. Y claro, no los culpo, porque hasta yo mismo al comienzo me exigía una explicación. ¿Cómo era posible que alguien que es agnóstico (o ateo, por ejemplo) adore la navidad, que la espera con locura, y que no contento con armar un nacimiento, un arbolito, saliera por las calles con los pastores navideños? Sin duda, es una pregunta legítima, sin duda mi accionar navideño resulta ser una inconsistencia obvia. Antes de encontrar l a explicación adecuada, la cual por cierto llegó casi sola, algunos me tildaron de loco, de estúpido, de hipócrita, etc. Muchos me miraban con recelo, con desconfianza, porque parece obvio que alguien que no cree en Jesús, no debería estar cantándole a Jesús de nacimiento en nacimiento. Pero sucede que para mí todo resultaba natural, nada forzado, no me sentía ni estúpido, ni idiota, ni hipócrita, ni nada de eso. ¿Por qué a mí no me parecía una inconsistencia lo que para todos los que conocía resultaba tan obvio? Demoré en encontrar una explicación que me convenciera: sucede que la navidad había sido abrazada por mí como un símbolo desprovisto de connotaciones religiosas; la navidad para mí era simplemente un símbolo de amor, de unión, de comunión, de desprendimiento… un símbolo de paz y armonía; un símbolo que me garantizaba la llegada de una época de bondad que aunque hiperbólica, pasajera.

Cómo no abrazar la navidad, si la navidad ablanda hasta al corazón más rudo. Cómo no abrazar la navidad, si la navidad aunque no extingue las taras de la sociedad, las inhibe. Cómo no abrazar la navidad, si la navidad hace que tu jefe te sonría, y hace que tu jefe ni te levante la voz cuando debe. Cómo no abrazar la navidad, si la navidad reúne a los seres que durante casi todo el año están ausentes. Cómo no abrazar la navidad, si la navidad recupera al hombre por unos días su ruda y egoísta rutina. Cómo no abrazar la navidad, si la navidad saca del olvido a millones de seres. Cómo no abrazar la navidad, si la navidad me recuerda que estoy vivo, que importo un poco más que un pepino, y que mis circunstanciales vecinos respiran por una herida que urge de mi cariño. Cómo no abrazar la navidad, si la navidad eres tú, mi familia, mis amigos, mi tierra.

Y adoro tanto la navidad, que los días de no navidad no son sino para esperar con ansias a la navidad venidera. Y adoro tanto la navidad, que los días de no navidad no son sino para recordar con nostalgia la navidad que hace poco se ha ido. Y adoro tanto la navidad, que los días de no navidad no son sino para rogar que la próxima navidad llegue pero que jamás se vaya. Y adoro tanto la navidad, que los días de no navidad no son sino para desear que la vida sea simplemente una noche buena.

La navidad es tan familiar, que no hay tristeza más grande en el mundo que pasar una navidad solo y lejos del hogar.

Navidad, navidad, noche paz, noche de amor, fiesta universal.

Thursday, November 25, 2010

¿Poeta por fe o por conocimiento?

Tengo un problema: me incomoda llamarme poeta.

Las poquísimas veces que me he llamado poeta, sinceramente me he sentido terriblemente mal; y las pocas veces que así me han llamado, también, aunque en grado menor. Sucede que había que llamarme poeta, como había que llamar poemas a mis textos, y no por que me sepa poeta y/o sepa que son poemas mis textos, sino porque había que llamar a las cosas de algún modo en aras del (des)entendimiento.

EL problema se agrava si tengo en cuenta que llevo casi 20 años escribiendo poesía; o mejor dicho, creyendo que escribo poesía.

Mi incomodidad no obedece a la humildad —ni falsa, ni verdadera—, como tampoco obedece a que considere al poeta como algo inalcanzable, o algo a lo que yo ni siquiera puedo aspirar. Nada que ver, mi incomodidad no obedece a poses ni a complejos. Tampoco es por que yo sepa que lo que escribo no es poesía -aunque así lo llame-, sino más bien por que yo no sé, y no tengo modo alguno de saber, con certeza, si lo que escribo es realmente poesía o no lo es.

Yo no tengo la más mínima duda, y eso sí lo reconozco, respecto al trabajo que realizo con la palabra; pero sí tengo mis dudas respecto al producto final de este proceso creativo, el texto. En otras palabras, yo no puedo llamarme poeta debido a mi ignorancia: ¿cómo saber, con certeza, si soy o no soy poeta?; ¿cómo saber, con certeza, si un texto es o no es poesía? No hay modo alguno de aniquilar por completo esta incertidumbre, por lo que llamarme poeta y llamar poesía a mi texto, sin sentir remordimiento, sin que me sonroje, implica descartar la posibilidad de que yo no sea poeta, o de que mi texto no sea poesía; y esto, sí que es una osadía; es dar gato por liebre. Autoproclamarme poeta, sin chistar, es un acto temerario, deshonesto; será por eso que a veces, hasta me da un poquito de vergüenza. Sólo me he llamado poeta, muy a pesar mío, por fines meramente comunicativos. Para mí, que estoy en el ruedo, no hay modo de no creer que eso de llamarse poeta, sacando pecho, no es más que una patraña, no es más que un cliché, una pose trasnochada.

Llamo poesía a mis textos, no porque lo sean, sino, simplemente, porque son el producto final de mi proceso creativo; proceso que me demanda un gran esfuerzo, proceso que tiene como objetivo inherente el de crear poesía. Es claro que el esfuerzo por sí solo, lamentablemente, no es suficiente para que el objetivo –crear poesía- se concrete -en poesía-. Si no fuera así, a todo aquel que se esfuerce en escribir un texto con intención poética se le tendría que llamar poeta, al margen de que su intención poética se concrete en poesía tras el proceso creativo, al margen de que logre o no su objetivo. La concreción de la intención poética, o el logro del objetivo inherente del proceso creativo –crear poesía-, es el único elemento de juicio que serviría para discriminar, sin ambigüedad, entre poetas y no poetas, entre poesía y no poesía; pero lamentablemente este elemento no es mesurable.

No oculto mi anhelo, y no hay contradicción en esto, de que mis textos conservados a lo largo de dos décadas de (r)escritura, sean poesía. No oculto el anhelo, y no renuncio, a ser lo que tanto dudo: poeta. Anhelo que los textos que boté al tacho de basura por considerarlos malos hayan sido realmente malos, y que los textos que conservé por considerarlos buenos hayan sido realmente buenos. Anhelo que la energía gastada en mi proceso creativo no haya sido en vano. Confieso que le temo a la banalidad como una posibilidad real de mi proceso creativo, pero no por eso sucumbo a la tentación de elevar la posibilidad a la categoría de certeza; prefiero a auto engañarme y/o auto consolarme batallar con el cruel fantasma de las posibilidades. Me asusta, claro está, la posibilidad de que mis 20 años escribiendo supuestamente poesía haya sido sólo eso, un supuesto; cruel posibilidad, pero no por cruel menos posibilidad que la posibilidad bondadosa. Me duele, me cuesta mucho poder creer en la posibilidad de haber derrochado mi energía vanamente, pero aún así esto no me da derecho a vender gato por liebre. Lamentablemente, mi intención implícita o explícita de escribir poesía, mi gasto real de energía en el proceso de escritura, mi auto proclamación como poeta no bastan para definirme poeta.

Dada la imposibilidad de saber si soy o soy poeta, implica que: llamarme poeta es un acto de fe, no de conocimiento. Una cosa es que me crea poeta; otra muy distinta es que lo sea. Después de todo, ¿qué es lo peor que podría sucederme con esta posición esperanzadora?: que me crea ser lo que yo no soy: sólo eso. ¡Dios mío, cuánta falta hace un poetómetro!

Thursday, October 28, 2010

El día que MVLL me miró a los ojos

Creí, por cómo se venían dando las cosas, que a MVLL jamás le darían el nobel de literatura. No sé si MVLL se habría resignado a no ganarlo, pero lo que sí sé es que yo me había resignado a no verlo ganar, a pesar que desde mi experiencia literaria, breve y fragmentada, desde que lo conociera, creí que merecía ganarlo. En realidad mi resignación no era más que una estrategia vital que me permitía soportar la mezquindad del jurado del premio nobel.
Tal es así que esta vez, justo esta vez, no he estado al tanto de los resultados del nobel; y esta vez, justo esta vez, es cuando se lo gana. Ironías de la vida. Recuerdo que en Puerto Rico, cuando argumentaba que MVLL se merecía el nobel de literatura, la mayoría (tal como también sucede en el Perú) argumentaba que no, porque el hombre era (neo)liberal, o porque había renunciado a la izquierda, o porque era de clase alta, o porque le había propinado un puñetazo al nobel colombiano, etc. Todos los argumentos expuestos tenían un matiz común: eran argumentos extraliterarios. Y claro, el que fuera eternamente nominado al nobel de literatura y el que eternamente no se lo (conce)dieran, operaba como un certero espaldarazo pro argumentos extraliterarios, mientras a mí me provocaba un sentimiento de frustración e impotencia: si por mí fuera le doy el nobel sin pensarlo dos veces. Pero no, yo no existo , en absoluto, para la maquinaria operativa del nobel; por lo que no me restaba más que mascullar a solas el deseo de ver un día en todos los noticieros del mundo la noticia: MVLL gana el premio nobel de literatura.
No discuto si es la mejor noticia que han tenido los peruanos en muchísimos años, pero sí confieso que es la noticia que ha suscitado en mí una alegría tan infinita como la tristeza que me causó la noticia del fallecimiento de José Watanabe. Para mí es una noticia sin parangón, una noticia que creí jamás escucharían mis oídos. Nunca deseé tanto, nunca defendí tanto y con tanta pasión un bien para otro como me ha sucedido con el premio nobel de literatura para MVLL. ¿Por qué?: porque simplemente lo admiro, desde las calles de su mundo literario, desde ese mundo ficcional, desde ese mundo que me ha dado tanto. La literatura es la literatura, y punto. He ahí el sustento de mi admiración incondicional, desinteresada. He ahí el impacto de Los Cachorros (y los Jefes) en mi juventud, y para siempre. De ahí que si MVLL esto, que si MVLL lo otro, poco importaba después de que MVLL había calado en mi vida desde sus avenidas literarias. La literatura es la literatura, y punto. De ahí quizá que jamás he podido negarle, y mis allegados lo saben, la trascendencia literaria de MVLL. De ahí que los argumentos extraliterarios no operaron en mí como elementos de apantallamiento, como elementos de (pre)juicio trasnochado que no hacen sino legitimar la otrora eterna negación del nobel de literatura a MVLL. Qué importa (es un decir) el MVLL político, el MVLL pensador, si con el MVLL literato es más que suficiente (y justo) para evitar ningunearle el nobel de literatura.
Mi admiración por MVLL ha sido tal, que es uno de los tres o cuatro seres que admiro. Creo, que por fin el jurado del nobel o dejó de lado los criterios extraliterarios o bien los ha aceptado (masticado) para concederle el nobel de literatura a uno de los mejores y más prolijos escritores del mundo (no sólo del Perú). Al fin, después de más de dos décadas, el jurado del nobel ha hecho justicia. Al fin el premio nobel ha borrado de su lista de omisiones históricas una omisión que desde ya lo perseguía como una sombra. Esta vez, como pocas veces sucede, el premio nobel, como ya otros lo han expresado, se ha premiado como nunca así mismo. Pero, al fin, este otro cholo universal ha conseguido el premio literario universal por antonomasia, premio que no legitima la calidad literaria de MVLL, sino que simplemente le hace justicia; lo pone en la vitrina del mundo entero, en los más insospechados escaparates de difusión literaria. Al fin, sí, al fin, aquel escritor que despierta pasiones polarizadas y diversas, no consensuales como tantos quisieran, ha recibido el nobel de literatura. Sí, al fin; luego de tan larga espera; al fin de una espera, que en mi caso procuraba olvidar por injusta. ¿Qué dirán ahora los que rogaban que no le dieran el premio nobel de literatura a MVLL? : unos, olvidando el pasado, se subirán al tren llamado MVLL a celebrar; otros, por aquello de no torcer el brazo, persistirán estacionados en sus prejuicios extraliterarios; otros, estacionados en el desdén y/o en la mezquindad, dirán que da igual, que no es para tanto… y un par, sólo un par, estacionados sobre la literatura misma, convencidos de su propia exégesis literaria, sentenciarán que la obra de MVLL no merece tanto.
El día domingo, 27 de julio de 2008, asistí a la 130 Feria Internacional del Libro de Lima, donde se presentaba MVLL. Sólo fui por verlo, en persona. Como un fan enamorado, como un niño a empujones me procuré un lugar cerca de él. Claro, me hubiera gustado tocarlo, pero no me fue posible por la turba de gente que ostentaba lo mismo que yo. Así que me contenté con estar a cinco metros de distancia. Como le comenté a mi esposa, quien me acompañaba, yo quería ir a la feria con el sólo fin de poder ver en persona al escritor peruano que más admiro, al escritor peruano que cada año a año le niegan lo que hace más de dos décadas debieron darle: el premio nobel de literatura. Recuerdo que bromeaba (pues me había resignado a que MVLL nunca ganara el nobel) que me iba a la feria a conocer al futuro premio nobel de literatura. Recuerdo que haciendo mañas levantaba mi cámara por sobre las cabezas de los que estaban en mi delante para poder tomarle una foto, pero nada. Para lograrlo no se me ocurrió mejor idea que propinarle un empujón a la señora que delante de mí se desvivía por lograr ver a su héroe. El empujón fue tal que la señora pegó un grito que hizo que todos hicieran silencio. Entonces pude ver que MVLL se puso a buscar con la mirada el lugar del tumulto, y entonces fue que sucedió el milagro: MVLL, sí, MVLL posó su mirada, clavo sus ojos (por uno o dos segundos) directamente en los míos. Durante ese par de segundos no hice sino abrir exageradamente los ojos si como si con ello intentara retener su mirada, y prolongar aquel par de segundos al infinito. Durante el recorrido de la feria no hice más que torturar a mi esposa con mi letanía: ¡MVLL me miró a los ojos! Y me desvivía por hacerla comprender lo extremadamente importante que había sido para mí esa mirada. La feria, fue inevitable que no se redujera a aquel breve suceso. Tal es así que no veía la hora de llegar a casa y sentarme a escribir un artículo al que titularía El día que Mario Vargas Llosa me miró a los ojos, y que pronto colgaría en mi blog. El artículo, por gajes de la esclavitud moderna, si bien lo empecé, jamás lo acabé de escribir, y por supuesto, jamás lo publiqué en mi blog. El que MVLL, uno de los más grandes escritores peruanos, me hubiera mirado por un par de segundos, fue, simplemente algo increíble; el que ese par de ojos, que atestiguaron el nacimiento de grandiosos mundos literarios como Los Cachorros, Conversación en la catedral, La Fiesta del Chivo, se hubieran posado sobre mi casi inadvertida humanidad, aunque sólo sea por un par de segundos, fue simplemente un milagro, un honor infinitamente inmerecido e impagable. Aunque honor a la verdad, sino hubiera sido por la llegada del nobel de literatura al Perú o a MVLL que es lo mismo, El día que MVLL me miro a los ojos quizá jamás hubiera salido del anonimato; pues la llegada del nobel de literatura al Perú o a MVLL, que es lo mismo, ha hecho posible que yo sacara tiempo del tiempo que hace tiempo no tengo para al fin terminar de escribirlo, claro, aunque de modo distinto. Son, si la memoria no me traiciona, además de mi esposa, los poetas Ricardo Ayllón (Chimbote) y Antonio Escobar (Guadalupe), los únicos testigos de la existencia de esta anécdota; es a quienes habría contado sobre la existencia del no nato artículo; desde una perspectiva actual, pareciera que en su momento sembré testigos a priori, como si sospechara que un día sucedería algo que haría poco creíble el que mi anécdota elevada a categoría de mito es producto de mi admiración y no del arribismo; sólo espero que mis tres circunstanciales testigos corroboren mi historia.
No me avergüenza decirlo, con Los cachorros me sucedió lo que me sucedió con Trilce; no los entendía un carajo. Es más, a ambos textos los abandoné casi de inmediato, la primera vez que intenté leerlos. Pero menos mal que no los abandoné del todo. En mi interior se fraguaba una batalla bizantina entre dos argumentos que cada uno a su modo justificaban mi experiencia lectora negativa: (1) mi ego lacerado argüía que los textos eran simplemente malos, (2) mi conciencia argüía que mi nivel de lectura era simplemente pobre respecto al que ambos textos exigían. La supremacía de la segunda posibilidad sobre la primera, o de la conciencia sobre el ego, fue lo único que me permitió, a la larga, acceder a ambos mundos ficcionales y poder disfrutarlos, la segunda posibilidad me permitió comprender de una vez por todas que la literatura era infinitamente mucho más de lo que hasta ese momento había conocido. La literatura, desde entonces dimanó en un mar bullente y contradictorio, en un mar irreverente tanto en su forma como en su fondo.
Que si MVLL es de izquierda, de centro o derecha, que si es de abajo o de arriba, que si es del costado o es del medio, que carajo importa. Pero claro, es humanamente entendible que hubieran preferido que el nobel de literatura peruano fuera de izquierda los izquierdistas, de derecha los derechistas, etc. Pero, la realidad ha sido simplemente dictadora, castrante, y ha decido que esta vez (en nombre de decenios futuros) el nobel de literatura recaiga sobre un MVLL decretado, casi unánimemente, neoliberal. Imagino lo infinitamente felices que han de estar por añadidura todos los neoliberales, incluidos los neoliberales que ni siquiera han leído a MVLL; como también imagino, lo infinitamente infelices que han de estar los izquierdistas, por ejemplo, incluidos los izquierdistas que no han leído a MVLL. Sí, porque en el Perú, opina hasta aquel que desconoce por completo el objeto que es materia de opinión; es decir, opina hasta el inopinado, lo cual es una contradicción, ¿no? Yo, me curo en salud, y confieso que mi opinión optimista y positiva sobre el depositario del permio nobel de literatura 2010, y por ende la felicidad coyuntural que me salpica, se sustenta en la breve parcela literaria que he leído del nobel peruano, cuando éste aún no era un nobel de literatura, aunque ya era peruano. Claro, decir, post premio nobel, que MVLL es un genial escritor, resulta simplemente conveniente, cuestión de supervivencia. Y no lo dudo, éstos florecerán por miles. Tanto, que llegará el día en que todos los peruanos, y por qué no el mundo entero, dirá lo genial escritor que es MVLL al margen de si lo han leído (algo, aunque sea) o no; es decir, inopinadamente repetirán que MVLL es un genial escritor porque simplemente la academia sueca así lo ha decretado. Sucederá algo parecido a lo que sucede con Cesar Vallejo: ¿quién es el mejor poeta del Perú?: Vallejo. ¿Has leído a Vallejo?: No. Increíble letanía, pero cuasi cierta. Es lamentable que la mayoría necesite para poder enorgullecerse de sus héroes, que éstos, primero sean legitimados por alguien de y/o desde afuera, alguien a quien implícitamente consideran superior.
En fin, mi admiración infinita por MVLL no me priva confesar, para beneplácito de sus detractores, lo que hace un par de años dijera en algún blog: si algo casi no me gusta de MVLL es el título, sí, sólo el título de su penúltima novela: Travesuras de la niña mala. Algo no auspicioso debía decir sólo por aquello de aplacar un poco el dolor de los dolientes gratuitos que accedan a este texto celebratorio, a este texto admirativo.
MVLL, gracias por compartir conmigo tu universo ficcional; y sobre todo, gracias por gastar tus ojos, aunque sea un par de segundos, mirando a los míos.

Tuesday, September 28, 2010

Valdelomar, tu mamá también fue mi mamá

Tristitia es otro de aquellos poemas que me causan una envidia aunque infinita, sana, por no ser yo quien lo ha escrito . Cuánto hubiera dado por haber escrito Tristitia, cuánto hubiera dado por ser su autor. ¿Cómo hiciste Valdelomar Pinto, desde el Palace Concert, para escribir un poema con tanto sabor a nostalgia, a hogar, a mar?

Tristitia, Valdelomar, palabra hermosa, que por sí sola suena y sabe a tristeza, a nostalgia...

Tristitia, poema donde mi mamá, Valdelomar, aparece llorando mi ausencia.

Aquí aquel poema que despierta en mí todos los recuerdos que un día le pertenecieron a Abraham Valdelomar Pinto, aquel inquieto literato peruano que el año 1918, a pocos meses de su muerte (1919), estuviera de visita por mi pueblo, Guadalupe.

TRISTITIA

Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola,
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza;
los besos de mi madre, una dulce alegría,
y la muerte del sol, una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado, del mar,
y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar.

Saturday, August 28, 2010

Los signos de un poeta motupano...

Comparto con ustedes cuatro poemas del libro inédito CUATRO IMPERIOS O ESTÉTICA DE LAS REVELACIONES del poeta motupano, CROMWELL CASTILLO CABREJOS. Este poeta (amigo) ha irrumpido en la escena literaria lambayecana (y nacional) desde la plataforma virtual. Y lo ha hecho con tal fuerza y pasión que le ha sido inevitable no despertar en aquellos que sufrían (de) modorra y molicie cibernética, sentimientos oscuros, encontrados; su mérito colateral, haberlos despertado, haberlos hecho correr. El plato gourmet está servido, pruébenlo ustedes mismos.


FUEGO

A los amigos poetas Armando Arteaga y José Briceño Berrú


2

Fuera de la ciudad

tu ojo no puede devorar el Fuego de las revelaciones.

Todo testimonio de luz

reverbera en la niebla deseoso cántico

donde ruinosas estaciones te columpian secretamente.

El precipicio es indivisible. El férvido imperio

enraíza en el cuerpo su danza

para una nueva alteración.

Todo círculo trazado en tu ojo se remonta al vértigo.

Entonces la genética del Fuego se advierte

en esa virtud de no amar

el universo de las flores bellas.

Niega la artificialeza del sueño insuficiente.

Ruptura la falsedad en esta fracción de tierra posible.

Bajo el filo de tu pregunta fundamental

he lanzado una inminente botella al camino.

Dentro de ella trozos de papel son pugna

y desenlace:

El nuevo fulgor contenido

irá convirtiendo en magma

perenne

lo indecible.


4

Afuera,

la ignición de la hoja en blanco es incesante.

La ceniza nos hace irremediable naufragio.

Peregrina dentro

como lenguaje que dispone los vacíos.

No sueña su Fuego:

Lo es eterno

en la anunciación de la próxima muerte.

Es Fuego aprehendido.


7

Llegar a la luz elemental.

Llegar a la orilla donde arena húmeda

sostiene nuestra incertidumbre.

La ventaja de emigrar al Fuego

es no prescindir del ruido de sí mismo.

En medio de nosotros, la fogata

fragmenta la oscuridad inicial

y entiniebla los rumores del agua colindante.

La respuesta es superficie iluminada:

No temamos al origen de la piedra.

La más reciente manifestación de tragedia

ahora es gozo y mística de resistencia.

El viaje al Fuego es un conocimiento radical y llano.

Aunque variable y sonoro es el mensaje del agua

las llamas han alcanzado elevación de cántico silvestre.

Nuestra condena no es ligereza natural,

es sonido voraz que la vida debe decir para siempre.

Desde aquí hemos merecido los giros del propio ruido.

En el día nuevo, todo mensaje es un desplome:

La espaciosa agua no pudo llevarse nada.

Hay brasa y ceniza en todo intento de Fuego:

Todo está intacto.

Es que somos nada.


9

No.

El Fuego no es el signo de morir con importancia.

Es resistirse

bajo la hoguera del sol latente

y celebrar la sombra.

Entonces prepara para la noche la sangre

de heredados rituales

si el delirio cobra de sí su último aullido transparente.

Las calles son una revolución discreta y profunda.

Dentro de nosotros

también la consecuencia define el orden y el dominio.

Ama la ciudad,

ámala guardián en su abundancia

y busca lo imposible: Florece en el cemento.

Arrójate al designio de agrietar los labios

sin importar el lenguaje monótono del nuevo día.

Ensaya viejas laceraciones cuando despiertes:

Saber bifurcar los miedos es punzar el sueño

de los que abrevian la angustia impunemente.

Por eso

coge tu abismo y calla tu Fuego.

Es mejor atravesar las horas contenidas

con la magia mortal de una pregunta ardiente.

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CROMWELL CASTILLO CABREJOS

[Motupe – Lambayeque. 1981]

Ex miembro fundador del Grupo Literario Signos. Es artista plástico y diseñador gráfico. Ha obtenido algunos premios literarios. Ha publicado “Agua” y “Transfiguración o el sonido” en SIGNOS (Tiro de Gracia Editores - Chiclayo, 2007) y “¿Dónde acaso es camino?” en DEMOLICIÓN DE LOS REINOS (Sol Negro Editores – Lima, 2010). Trabajos suyos aparecen publicados en revistas físicas y virtuales de Perú, Venezuela, Chile, Argentina, México, Estados Unidos, España y Francia.

Dirige la bitácora: http://gambito-de-rey.blogspot.com

E-mail: cromwellpierre@hotmail.com