Ha muerto una poeta en carne viva
Por Róger E. Antón Fabián
rogerantonfabian@hotmail.com
Diario La Industria - Perú
Marzo – 2008
“la muerte se escribe sola una raya negra es una raya blanca
el sol es un agujero en el cielo”
La muerte se escribe sola,
Blanca Varela
Ha fallecido Blanca Varela, una de las voces cardinales de la poesía peruana, considerada incluso una de las más importantes poetas de América. Casada con el pintor Fernando de Szyszlo (con quien tuvo dos hijos) y con ochenta y dos años de edad tenía en su haber los más importantes premios de la poesía en lengua española como el Octavio Paz de Poesía y Ensayo obtenido en el año 2001; el Federico García Lorca, en el que competió con nada menos que Mario Benedetti, Ernesto Cardenal y Antonio Cisneros entre otros, en el 2006, y, convocado anualmente por el Patrimonio Nacional de España y la Universidad de Salamanca, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en reconocimiento a la obra de un autor vivo, la cual por su valor literario constituye un aporte relevante para el patrimonio cultural iberoamericano, en el 2007; y hay quien no duda en afirmar que faltaba poco para que le hubieran otorgado el célebre Premio Miguel de Cervantes, pues en la edición del 2007 del Reina Sofía el jurado estuvo integrado por el poeta español Antonio Gamoneda, galardonado con el Premio Cervantes 2006; así como el Premio Nobel de Literatura José Saramago; y el director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, lo cual daba una muy buena señal de la magnanimidad de su obra total.
Allá por 1997 un joven compañero de la universidad Ricardo Flores Gago formalizaba una convocatoria para que la Universidad de San Marcos realizara una ceremonia de homenaje a la poeta en cuanto que era una alta voz poética representante de la Generación del 50 entre casi todos varones (Sebastián Salazar Bondy, Gonzalo Rose, Javier Sologuren, Wáshington Delgado, Jorge Eduardo Eielson, Pablo Guevara, Alejandro Romualdo, Carlos Germán Belli), pero le hice recordar que dada la edad de la poeta quizá era muy probable que ella desistiera del agasajo, pues se sabía desde ya hace algunos años que estaba delicada de salud. Había muerto el poeta mexicano y Premio Nobel de Literatura 1990, y como lector de sus ensayos y algunos libros de poemas, sentí un profundo pesar ante la burla de los alumnos sanmarquinos que daban vivas irónicas a la muerte de O. Paz sin duda por su posición ideológica. Él que fue amigo, mentor y figura determinante en la carrera literaria de la poeta peruana, decía de ella “nada menos ‘femenino’ que la poesía suya” y al mismo tiempo “nada más valeroso y mujeril”. Octavio Paz llegó a decir que Blanca Varela era una poeta que no se complacía con su canto, con el instinto del verdadero poeta, y sabía callarse a tiempo; en el prólogo de su primer libro Ese puerto existe (publicado en Veracruz, México) diría sobre su poesía: “No explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjunto frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo, la soledad”; sin embargo ella misma no definía su poesía como feminista, en la medida que no tenía temas femeninos y aseveraba que las mujeres no escribían para la posteridad.
Lo que siempre me fascinó de su poesía es la lección de que para escribir no era necesario sumar y aumentar textos, poemas, escritos; en cuanto a su poesía en el transcurso del tiempo he visto que sus versos a manera de rúbricas sangrantes son “prestados” por jóvenes poetas –sobre todo mujeres– para dar cuenta de poéticas surrealistas que algunos llaman influencia. José Miguel Oviedo ha llegado a afirmar que puede ser que ahora ya no sea apropiado llamar a Blanca Varela una poeta surrealista, pero “sin esa corriente su poesía sería otra, o no sería”.
Hacía un tiempo la Universidad de Harvard la había invitado a una ceremonia de homenaje; la poeta entre otras convocatorias, debido a su complicado estado de salud, declinó. “Le llueven los premios” –exponía Mario Vargas Llosa en su columna Piedra de Toque– “justamente cuando no está en condiciones de saberlo, pues se halla retirada y sola en un territorio que imagino tan privado, misterioso y mágico como su poesía”. Cuando tuvo que recibir la premiación del Reina Sofía una vez más el estado de salud le impidió acudir a la cita y su nieta, Camila de Szyszlo, recibió el galardón y leyó un emotivo discurso ante su Majestad donde refirió que dado el dolor por la muerte de su hijo la poeta naufragó en un silencio deliberado que con los años se convirtió en una condición fisiológica, pues Blanca había perdido el don de la palabra y el de la escritura, así como que una vida de dificultades y carencias habían hecho cuando joven que leyera, escribiera, estudiara y trabajara antes de tiempo, sin dejar de mencionar el agradecimiento a su gran amigo el dramaturgo, poeta, periodista y promotor cultural Sebastián Salazar Bondy (de quién su biblioteca ha sido desmantelada en la Universidad de San Marcos), pues fue “a través de él que Blanca conoció a dos héroes de la literatura peruana: José María Arguedas y Emilio Adolfo Westphalen, sus más importantes influencias literarias aparte de Octavio Paz. Fue Sebastián quien le presentó (al pintor que sería su abuelo) a Fernando de Szyszlo.”
Cuando conocí a Fernando de Szyszlo en El Palacio de Torre Tagle hace algunos años en razón de una conferencia le pregunté más bien por el boom latinoamericano y comentamos una foto suya con Cabrera Infante, Octavio Paz y Vargas Llosa, no le pregunté acerca de la anécdota que se comentaba en los corrillos literarios acerca de que algunas veces con su pequeño hijo Lorenzo, cuando el matrimonio era feliz y andaba viento en popa, el pintor de cuando en cuando cambiaba los versos en los papeles escritos de la poeta, y a la vez ella matizaba algún cuadro suyo. Sobre todo omití la pregunta porque siempre fue notoria la cortesía, el respeto y la discreción de esa pareja que siguió conservando la amistad después del fenecido matrimonio. Años antes, en 1999, ella opinaba acerca de su matrimonio con el famoso pintor: “Éramos dos provincianitos llenos de sueños”.
Siempre ubicó su etapa fundamental en la ciudad luz; sonriente y agradecida decía que París no era más que muchos amigos que hacían que ella se sintiera siempre como en su casa y donde conoció allá por 1949 a figuras excepcionales de la intelectualidad latinoamericana y española radicados en Francia como el propio Octavio Paz, el poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas, Julio Cortázar, entre otros. Hace algunos años, apareció un texto testimonial en el suplemento El Dominical de El Comercio, donde la poeta describió su afición por las palabras desde muy niña, aquellas dudas artísticas de adolescente, sus experiencias universitarias y su estancia esencial en París, concluyendo que lo que pasó después está escondido entre sus poemas o irremediablemente perdido; pero hay un hecho que la pinta de cuerpo entero a la peruana que jugaba Monopolio con la mujer de Jean Paul Sarte, Simone de Beauvoir, y el cual yo siempre recordaba con mi primera esposa y ella lo repetía en auténtico francés, nada menos que el tiempo que se daba para visitar Auvers-sur-Oise, una villa cercana a París, donde Vicente Van Gogh puso fin a sus días. La autora de Canto Villano decía al respecto: “No creo en la locura de Van Gogh. Creo en la pureza de su vida y en la maravilla de su arte”.
Ella también ejerció en cierto modo la crítica literaria, y tuvo una interesante labor al frente de la sucursal del Fondo de Cultura Económica en el Perú; pero es en los años ochenta que esa antología Camino a Babel editada por Javier Sologuren hizo que se volviera una autora de culto con ese su lenguaje pulcro que condensaba sus sentimientos sin alusiones a la realidad, muy genuino como si desnudara su propia alma. Recuerdo su fina voz en una grabación de los poemas de Ese puerto existe que emitió algún domingo Radio Filarmonía y tuve a bien grabar, el delicado hilo de su voz daba certeza a los poemas leídos con una soltura algo temerosa pero fluida. Es muy probable que pocos recuerden su voz y solo ahora recaigo en la memoria que a diferencia de otros autores, era poco usual verla en el entorno cultural limeño.
Blanca Varela no solía dar entrevistas; pero guardo entre ciertas joyas los recortes de algunas conversaciones que cedió a algunos medios en diferentes épocas. En una del suplemento USD por la publicación de Canto Villano, edición del Fondo de Cultura Económica que reunía sus cuatro poemarios donde habla de sus silencios y soledades, porque ella creía que aparte de su escritura no tenía nada qué decir, expresó: “la poesía es una manera de ser”. Marco Martos ha llegado ha afirmar que la poesía de Blanca Varela cuya vida dependía de las palabras está atravesada por el dolor que se resiste a exhibirse. Ella escribió desde la infancia. Hacía canciones como una manera de hablarse as sí misma. Y para aquel entonces, ya 1999, creía que el matrimonio mataba el amor. Zsyszlo era una persona que la había ayudado mucho y al cual debía cierta parte de su carrera, pues al pintor le interesaba la poesía como todo buen lector que se precie.
Szyszlo, quien ha llegado a afirmar que ambos tenían “escapadas” a la música con Enrique Iturriaga, Enrique Pinilla, Celia y José María Arguedas; así como que Blanca –siempre con buen oído para la música y la poesía– bailaba muy bien, era muy alegre incluso le gustaba cantar; y que entre los veinte y cuarenta años tuvieron una vida social y cultural muy activa, ha dicho que a la poeta no recuerda haberla escuchado en público “leer sus poemas más de dos veces; pero cuando lo ha hecho “ha sido emocionante, porque es muy insegura, y conmovida por lo que está leyendo”. Podía entonar valses acompañada por la guitarra de Arguedas y hasta en cierta época compuso boleros, no en vano era hija de la compositora de valses, doña Serafina Quinteros, esa madre artista que sin duda influyó en su estro.
Como un relámpago fugaz y aún cierta desnuda crudeza de algunos versos suyos como en el Vals del ‘Angelus’: “Ve lo que has hecho de mí, la santa más pobre del museo, la de la última sala,/ junto a las letrinas, la de la herida negra como un ojo bajo el seno izquierdo.” su vida estuvo llena de intensidad. Se la recuerda como una joven hermosa junto con Jorge Eduardo Eielson, los hermanos Salazar Bondy, Javier Sologuren, esa médula de la generación del 50. De sus años de aprendizaje recordaba siempre con agradecimiento la labor de Sebastián Salazar Bondy, quien fue el primero que le hizo pensar que lo que ella hacía era poesía y le dio algunos libros tangenciales para su vida, así como Westphalen que también la ayudó. Sebastián la llevó a la peña Pancho Fierro (que no era una peña criolla), y ahí conoció a Emilio Adolfo, Eielson, Martín Adán, Sérvulo, entre otros artistas.
Explicando su obra la poeta manifestó que siempre le interesó, preocupó, enterneció e irritó sobre todo el ser humano, algo de lo cual a través de la escritura con los años llegó a convencerse. Cuando un hecho como este sucede en el ambiente literario la sensación indisoluble de tristeza como una línea de no retorno se oprime en el alma. La forma de asumir el luto de su hijo menor fue del mayor aislamiento del mundo: “que nadie le comentara nada, ni se le dijera una palabra”; pero el dolor quebrantó su minada salud como este desamparo quiebra en dos la historia de la poesía peruana del cual tal vez ninguno de nosotros habremos de recuperarnos prontamente, pues Blanca tu sangre se desliza, e inunda praderas...
© Róger E. Antón Fabián, es autor de la novela El Paraíso Recuperado (2008)