¿Qué me demanda la humildad para alcanzarla?: ¡Callar mis virtudes! ¡Callar mis virtudes y sentarme a esperar que tú, algún día, las reconozcas! En una sociedad competitiva como la nuestra, la humildad no sólo resulta anticuada sino también tonta. La realidad me obliga a escoger entre ser no-humilde y ser tonto.
¿En una sociedad donde los hombres son competencia, donde los hombres se ven entre sí como obstáculos a los que hay que sortear de cualquier manera, es sensato esperar que tú reconozcas mis virtudes?: no es sensato, es tonto. Y peor aún, si mi meta es igual a la tuya y/o el camino para llegar a mi meta es igual al tuyo o bien se entrecruzan. Y peor aún, si acepto el dictado de la realidad: el modo más fácil y mas rápido, aunque por perverso no menos humano, para llegar a mi meta es exponiendo (y/o sobredimensionando) mis virtudes y ocultando (y/o minimizando) mis defectos, y exponiendo (y/o sobredimensionando) tus defectos y ocultando (y/o minimizando) tus virtudes. No hay camino más rápido, no hay camino más fácil y directo.
¿Por qué no te incomodas, por qué no me reprochas, por qué no me callas cuando expongo mis defectos?: No, ni te incomodas, ni me reprochas, ni me callas, más bien te acomodas en tu sitio y te prestas a escucharme con beneplácito; oigo, a través de tu silencio sádico y cómplice tu voz de aliento: no pares, sigue, sigue... Ni te incomodas, ni me reprochas, ni me callas, acaso porque mi discurso favorece y robustece tu embestida, reafirma mi fracaso, reafirma tu éxito. No hay que ser hipócritas: si somos competencia mis virtudes no te convienen como sí te convienen mis defectos. Entonces: ¿Si tú te esmeras en inflar mis defectos y minimizar mis virtudes, acaso no quedo yo y sólo yo para contrarrestar tu embestida? ¿Quién más que yo para gritar mis virtudes y callar mis defectos en nombre de mi propia sobrevivencia?
¿Por qué te incomodas, por qué me reprochas, por qué me callas cuando expongo mis virtudes? Y no sólo te incomodas, me reprochas y me callas, sino que encima me acusas y sermoneas hasta hacerme sentir un pobre diablo por pregonar mi lado bueno: pedante, vanidoso, soberbio…
¿Por qué decir mis virtudes es malo, mientras que callarlas es bueno? ¿Por qué callar mis virtudes es bueno, mientras que decirlas es malo? ¿Por qué esta actitud malvadamente asimétrica? ¿Por qué, si en un mundo donde tú y yo somos competencia, mi humildad resulta ser de tu absoluta conveniencia? ¿Por qué, sin en tiempos de competencia, mi humildad te alumbra, mientras a mi me oscurece? La humildad, en tiempos de competencia, sin lugar a duda, resulta una tara, un defecto, una cosa de tontos. La humildad en tiempos de competencia, sin lugar a dudas, es urgente redefinirla.