Breves apuntes en
torno a Nostalgia de barro, de Robert
Jara
Introducción
La poesía es uno de los géneros
más sublimes y difíciles de cultivar. Más allá de la flexibilidad de su forma,
la innovación de su lenguaje y la sugerencia de su comunicado, el libre
albedrío con el que cuenta la convierte en un recurso poderoso de expresión
artística. A esto debe sumársele el hecho de que este género contiene las
diversas concepciones de la belleza asumidas por el hombre a lo largo de la
historia. En este sentido, la libertad que ofrece la poesía ha permitido su
evolución y también su equívoco. El canon oficial y no oficial de la poesía
peruana está compuesto por numerosos representantes que ofrecen voces
originales, y otras que no vienen a ser más que una síntesis de los estilos
propuestos por generaciones anteriores. Por ejemplo, el vanguardismo peruano
inicial se caracterizó por ser marcadamente indigenista y con gran afluencia de
elementos provincianos. Sus autores, la mayoría provenientes del ande (César
Vallejo, Carlos Oquendo de Amat, Gamaliel Churata, Alejandro, Peralta, etc.)
propusieron un vanguardismo poético sui géneris, pues no llegaron a
encasillarse en algunos de los istmos desarrollados por la vanguardia europea.
Por otro lado, las denominadas generaciones del 50, 60 y 70 también realizaron
grandes aportes estéticos y formas contestatarias de asumir el trabajo poético.
A partir de esta base dejada por los grandes representantes de la poesía
peruana de la segunda mitad del siglo XX, la poesía actual se muestra mucho más
diversa, pero con menos profundidad en su discurso, situación que, asumimos,
procede de no experimentar las grandes transformaciones y cambios sociales que
les tocó vivir a los poetas de las generaciones precedentes.
En este
contexto de lo diverso, aparece Nostalgia
de barro, primer libro de poemas de Robert Jara, que posee características
formales y temáticas que nos llevan a pensar, en un primer momento, en las
propuestas estilísticas del vanguardismo indigenista peruano. No obstante,
presenta algunas cualidades que le otorgan cierta independencia a su discurso,
lo que lo convierte, a pesar de representar una poética ya trabajada, en una
propuesta interesante debido a algunos factores que comentaremos más adelante.
Los poemas de este libro se encuentran organizados en tres secciones: “Cantata
al silencio”, “Los abuelos de mis abuelos” y “Nostalgia de barro”. Esta última
le otorga denominación al poemario completo, lo cual es un acierto, porque
presenta de manera adecuada la unidad temática y discursiva propuesta por el
autor.
El Diccionario de la lengua española define cantata como la
“composición poética extensa, escrita para que se le ponga música y se cante”.
Por esta razón, este primer apartado está conformado por un solo poema[1],
rítmico y caudaloso, que no llega a ser torrencial por la presencia exclusiva
de versos cortos. El autor, mediante la
enumeración de metáforas, anáforas y metonimias (muchas de ellas muy
originales) y algunos neologismos, llega a plantear una poética de
representación de su pueblo natal (Guadalupe[2]), el
que se caracteriza por ser rural, provinciano y litoral. Esta cantata expresa
la nostalgia del poeta, quien, para elaborar su discurso, elige una voz que, a
la vez que brinda información sobre las diversas características del lugar
idealizado, no deja de sorprenderse por cada uno de sus detalles, como si
recién los estuviese descubriendo. La presencia de diminutivos que presenta la
evocación del terruño deja en evidencia la añoranza que el yo poético siente
por cada uno de sus elementos.
Pueblito
polvorientas
callecitas
sombreritos de
enea
sombreando
hileras de adobes
de caña y
de barro
Sin embargo, la
abundancia de estos diminutivos (43 en total), nos lleva a pensar que la voz
poética le pertenece a un niño, quien es capaz de sorprenderse ante todo y
trata con nostalgia todo lo que recuerda desde su particular visión de infante.
Este es uno de los motivos por los que, tal vez, no profundiza en la reflexión
de su discurso evocativo, sino que lo representa con marcado exotismo. Esta
última característica también se relaciona con su gusto por las culturas
precolombinas y sus manifestaciones autóctonas.
Cerrito Namul
flameando
todo el vuelo de tu falda
zapateas y bailas un wayno
con el gran cerro Azul
tu eterna pareja
que hace
mil garabatos
con su pañuelo
de viento
Por supuesto,
el poeta es un adulto que recurre a la evocación pura y duradera que uno tiene
de un lugar determinado, y esto solo se consigue a través de los ojos diáfanos
de la infancia. Como dijimos, esta elección de la voz poética (que puede ser
una actividad consciente o inconsciente del creador) muchas veces corre el riesgo
de presentar de manera superficial la cosmovisión que se quiere transmitir.
Entonces, estamos frente a una experiencia paisajista con pocas interacciones
humanas profundas. No obstante, si se realiza una lectura más atenta y se
manejan algunos referentes sociales e históricos, se descubrirán fragmentos de
singular belleza que denuncian desgarradores y luctuosos sucesos acontecidos en
el contexto de la Guerra del Pacífico. Esta segunda lectura nos presenta el
fusilamiento de tres ciudadanos guadalupanos a manos de un general chileno, y
cuyo olvido el poeta se encarga de denunciar. Viéndolo desde este punto de
vista, se trata de una elegía o, como el autor diría más adelante, de un
ayataqui en el que se cuestiona los vacíos de la historia oficial[3].
Se estremece el
silencio
tartamudean los
fusiles
enjambre de
balas
y se desploma
brutal
el monolítico
tronco
(el silencio no
suda ni tiembla)
y se subleva
el martillo sobre
el clavo
el clavo sobre el
cuero
la historia sobre
el olvido
En resumen, la
cabal comprensión de “Cantata al silencio” requiere de una mayor documentación.
Este es el reto que nos plantea el autor. Sin embargo, en el poema se debieron
consignar mayores referentes históricos y culturales (tal vez desarrollarlos o
sugerirlos con mayor generosidad) de los sucesos ocurridos en su pueblo natal.
Esto beneficiará la comprensión integral de lo representado y guiará con
acierto la indagación necesaria. Recordemos que un poema que aborda
re-presentaciones históricas desarrolla sus temas como descubrimiento. Cantata
al silencio va por buen camino.
Los abuelos de mis abuelos
En el segundo
apartado titulado “Los abuelos de mis abuelos”, Robert Jara, en poemas más
contemplativos y reflexivos, interactúa con la memoria de sus abuelos
primigenios y hacia ellos se dirige: “Abuelo/ beso de espuma/ de hojas/ de
piedra”. “Por qué abuelo/ saliste del mar echando espuma”. Esta sección está
integrada por cuatro poemas. En “Prefacio” manifiesta las razones por las que
su canto debe ser transmitido de modo urgente “a todas las orejas”. El poeta se
presenta como el territorio que cobija los acontecimientos importantes de su
cultura: “Soy la pampa/ donde desgrano el arcoiris”. Y no solo eso, también es el pueblo entero
con sus variantes y particularidades. En este conjunto de versos, el yo poético
se declara mestizo, cholo de todas las sangres. Con esta autoridad ciertamente
panteísta, invita a cambiar el cruel destino de los subalternos:
“Cantata al
origen” es el segundo poema de esta sección. En este texto, el yo poético se
presenta como descendiente de un abuelo milenario y precolombino, quien ha
gozado de los paisajes y vivencias ancestrales, integrante de una cultura
autóctona y pura, libre de la contaminación del sincretismo cultural y
religioso: “Abuelo/ cuéntame de tus playas/ tus valles/ tus cerros/ de esos
labios/ de esos vientres/de esas tetas/ en fin/ de todas tus yuntas milenarias/
que aún hoy aran/ con tu nieto/ las pampas del olvido”. El poeta se sabe
destinatario y continuador de esa cultura, por eso brinda al lector toda su
nostalgia a través de la descripción de la flora, fauna y arquitectura
ancestral. Reveladoramente, la armonía de la descripción oriunda concluye con
la presencia de elementos invasores como el gallo y el toro: “¿Por qué los
ríos/ preñan al mar/ con crestas de gallo y vagidos de toro?”. Desde entonces
nada volverá a ser lo mismo.
“Cantata al
beso” es el tercer poema de esta sección. Aquí el poeta se dirige a su abuelo
de ultramar y se confirma mestizo. Le habla a su ascendiente colonizador,
asesino y lujurioso. Se siente con autoridad para juzgarlo, pero también con
mucha amplitud para comprenderlo, pues entiende que su existencia misma estuvo
determinada por el histórico encuentro: “Lo siento abuelo/ pero.../ sin ese
beso amargo/ sin esa pólvora jodiendo tu pellejo/ sin esas barbas humedecidas
de lujuria/ sin ese trauma imperdonable/ yo/ yo hoy no estaría aquí
conversando
contigo”. Estamos ante un poema de gran factura por la coherencia de su
discurso y por la oralidad de su presentación, lo cual es muy difícil de
lograr. Aun cuando su discurso no logra desprenderse del conocido testimonio de
los vencidos, podemos decir que este es uno de los mejores poemas del libro.
A diferencia de
los dos anteriores, el último poema de este apartado es de extensión breve. Se
titula “Colofón” y su mensaje está dirigido a los descendientes de los abuelos
y a los propios descendientes del yo poético. En este texto se incide en el
tema del mestizaje y se reflexiona acerca de las consecuencias del sincretismo
resultante: “Desde aquel lejano beso/ de horizonte nervioso/ alegre por el
fruto/ triste por el cómo”. El poeta se muestra exultante por el resultado del
mestizaje, pero crítico por las formas de invasión. En otras palabras, el poema
alude al mestizaje como una condición propia del ser peruano, el cual es el
resultado de la interacción cultural de la colonia. En este sentido, el pueblo
de Guadalupe se presenta como “zona de contacto”[5].
En síntesis, en
“Los abuelos de mis abuelos” el poeta se descubre como resultado de un
mestizaje profundo. Pero no es el mestizaje enarbolado por Chocano en Blasón,
quien se sabía descendiente de dos razas fundadas con épico fragor, sino de uno
más ecléctico, actual y realista (“el cholo el mestizo/ el hombre nuevo[6]”),
pues el yo poético manifiesta que tiene de indio, chino y negro. Además, añade:
“soy barbudo/ soy lampiño/ soy hirsuto/ soy jalado”. De esta manera, estos
poemas se inscriben dentro de la tradición de la poética del mestizaje, pero
con presencia directa de interlocutores. Resulta, por lo tanto, una propuesta
interesante.
Nostalgia de barro
Esta última sección se encuentra constituida por un
poemario independiente que, si bien se encuentra conformado por 34 poemas,
puede ser tomado como un solo texto debido a la unidad temática que presenta.
En estos textos, el poeta alterna la presencia de versos cortos y de largo
aliento, lo cual otorga a la composición un ritmo versal que proporciona
dinamismo a la lectura. La concatenación de versos largos le permite al lector
descansar en la contemplación de las descripciones ofrecidas por el poeta; en
cambio, la presencia de versos cortos le confiere al poema el vértigo propio
del comunicado urgente. En estos poemas, el autor se aleja formalmente de la
cantata y se acomoda en el poema en sí; se presenta más lírico y evocativo.
Este poemario presenta una cadencia más sosegada, lo cual invita a detenerse en
el poema y profundizar su lectura.
Estos poemas
presentan la añoranza del poeta por los elementos y productos de la gastronomía
regional (humitas, tamales, chicha de jora, chancacas, ollas de barro, arrocito
macollado, leños, trigo, café, pan, cocoa, cancha, pachamanca, etc.). En estos
poemas la comida se relaciona directamente con la presencia de la madre, cuyo amor
es cobijo y alimento, afecto y nutrientes. La voz poética se asume desde el
destierro. En su calidad de forastero en una tierra que no conoce, al poeta le
duele la ausencia de la madre: “Ya no hay trenzas ni labios morenos”. Y evoca
con amor su figura protectora, pero a la vez distribuidora de
responsabilidades, que hace madrugar a los hijos con el canto de los gallos.
El yo poético
se asume en un nuevo lugar y en una nueva morada, por eso la evocación y la
ensoñación de la casa en la que pasó su infancia se relaciona directamente con
los que habitaron en ella: la madre, el padre, los hermanos, los abuelos, hasta
los platos, los potajes y los animales. En este sentido, el poeta se regocija
reviviendo recuerdos de protección. Si los recuerdos de nuestra niñez se evocan
en una nueva casa, entonces podemos viajar al mundo de la infancia, el cual se
caracteriza por ser inmóvil y por encontrarse suspendido en el tiempo, con sus
elementos intactos. Según Bachelard, la casa en la que se vivió la infancia
“suplanta contingencias, multiplica sus consejos de continuidad. Sin ella el
hombre sería un ser disperso. Lo sostiene a través de las tormentas del cielo y
de las tormentas de la vida. Es cuerpo y alma” (2000: 30).
Debido a
esto, el poeta siente una doble añoranza. En el autoexilio y en una nueva casa,
se apodera de él la tristeza por los alimentos que no comerá en lejanía. Añora
los objetos y las manos que los preparan. La madre es fuego, leña, sangre
encendida. El padre trabaja en el campo. el poeta aborda con dolor las épocas
de crisis que tuvo que pasar la familia. Reseña la escasez de alimentos. La
madre, pilar del hogar, trabaja duro. El poeta tiene el siguiente recuerdo de
ella: “Mamá ronca, y pienso en lo mucho que ha muerto mientras juguetea la
noche con la calle”. Por otro lado, los
poemas de esta sección presentan la imagen de la madre como alimento. Es ella
quien se brinda como horno, pan y azúcar en épocas de crisis: “café
endulzábamos con llanto de madre”. El poema “Domingo de trueque” contiene todo el
desgarro que estamos comentando. Es el corazón de este apartado. La madre
siempre se muestra preocupada por que los niños tengan algo para llevarse a la
boca, no importa si esto implica que ella misma se sirva de alimento.
En los poemas
de Jara, el concepto de madre se relaciona con el milagro de la vida, ligado a
la tierra y al cultivo. La madre representa una gran identidad afectiva,
protectora y nutricia. Por esta razón, adquiere dimensiones cósmicas y su
tristeza es infinita. Este es el motivo por el cual el poeta no quiere
separarse de ella, teme que algo le pueda pasar y pueda destruirse su mundo.
Alude a la concepción de la madre-diosa[7]: “Ve
hijito, anda, juega. No, mami, no quiero. Ve, afuera están jugando a las
escondidas. No. Yo quiero estar contigo. Ve con tus hermanitos…” Este poema,
también, nos remite al juego de las escondidas presentado por César Vallejo en
el poema “A mi hermano Miguel”. En este texto, Vallejo resemantiza el
significado de la muerte en el juego de las escondidas desempeñado por los
niños[8].
Sin embargo, en los versos de Jara, más que referirse a hechos luctuosos, este
juego infantil hace referencia a la angustia que se siente por la separación,
la distancia y el desencuentro.
El poemario
presenta a veces un marcado lenguaje modernista: “El sol cae de mi pupila en
húmeda nostalgia”, pues su adjetivación recurre al colorido, musicalidad, y
apela a las reacciones sensoriales del lector.
Por las rendijas descuidadas de
la urbe
lilácea el pulmón de mi eco
Orejeo la tonada de los míos
En suma, este
apartado presenta la añoranza que se siente por la madre tierra, pero con mayor
exactitud, es la nostalgia que representa la evocación de la madre real, la que
se ofrece como alimento material y espiritual para los hijos.
En conclusión, Nostalgia de barro, a pesar de ser el
primer libro publicado por Robert Jara, es poseedor de una reveladora madurez,
lo cual demuestra que la composición total del poemario ha llevado algún tiempo
significativo y muchas etapas de corrección. Cada apartado de este libro
presenta poemas centrales que brindan una visión cultural e íntima del pueblo
ancestral y de la familia ausente. Si bien es cierto, por algunos aspectos
formales se muestra deudor del modernismo, no es menos cierto que en cuestión
de temas y fuerza interior se muestra muy cercano a Vallejo. Sin embargo, el
estilo de este poemario se asemeja
al vanguardismo indigenista de la primera mitad del siglo XX[9], en
especial a lo propuesto por Gamaliel Churata[10]. Los poemas de Nostalgia de barro proponen, al final, la negociación
transculturadora de cierto sincretismo entre lo autóctono y lo foráneo. No
obstante, esta categoría la desarrollará el autor, con una propuesta más
atrevida, en su segundo libro titulado Air
port.
__________________
*César Olivares Acate, Trujillo, 1979. Escritor y docente universitario
Referencias bibliográficas
BACHELARD,
Gastón. La poética del espacio.
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.
HUSAIN,
Shahrukh. La diosa. Creación, fertilidad
y abundancia, mitos y arquetipos femeninos. Singapur, Taschen, 2001.
JARA, Robert. Nostalgia de barro.
Lima, Ornitorrinco Editores, 2011.
MAMANI, Mauro. Sitio de la tierra.
Antología del vanguardismo literario andino. Lima, Fondo de Cultura
Económica del Perú, 2017.
PRATT, Mary. Apocalipsis en los
andes: zonas de contacto y lucha por el poder interpretativo. Centro
Cultural del BID 16, 1996.
[1] Cantata al silencio es un solo poema compuesto por
579 versos.
[2] “Guadalupe es una ciudad de la costa norte del Perú
ubicada en la provincia de Pacasmayo, en el región La Libertad. La ciudad está
enclavada en el corazón del valle del Jequetepeque, el nombre de este distrito
se relaciona al de su santa patrona Nuestra Señora de Guadalupe” (Wikipedia).
Cabe indicar que en ningún verso de esta primera parte se menciona el término
Guadalupe. Sin embargo, uno lo puede deducir debido a algunas referencias
geográficas presentes en el poema, como el cerro Namul, el cual contiene en su
cima la efigie de la advocación que nombra al pueblo.
[3] En una canción suya titulada Héroes del silencio, Robert Jara cuenta la historia del sacrificio
de los hermanos Justo y Fernando Albújar, y de Manuel Guarniz, jóvenes
guadalupanos que decidieron ofrendar su vida antes de revelar la identidad del
autor del disparo que casi le cuesta la vida a un sargento chileno. Los
fusilaron. Sus muertes significaron la reivindicación de un sentimiento de
protesta colectiva ante la ocupación chilena del pueblo. Lamentablemente, en el
poema que nos ocupa, muchos lectores no guadalupanos dejan pasar este hecho
significativo del poema.
[4] En este poema se encuentran en cursivas varias
referencias intertextuales a títulos de libros importantes en la cultura
peruana: La palabra del mudo, Los ríos profundos, Todas las sangres y Cholifiquemos al Perú (en alusión a Peruanicemos al Perú).
[5] Según Mary Louise Pratt, “las zonas de contacto
tienen con frecuencia su origen en la invasión y la violencia y con frecuencia
se traducen en formaciones sociales que se basan en drásticas desigualdades. A
menudo también entrañan lo que se ha llamado ―heterogeneidad radical, es decir,
estructuras sociales en las que, en un mismo espacio, coexisten sistemas
culturales muy diferenciados que interactúan entre sí” (1996: 4).
[6] Esta referencia al hombre nuevo tiene raíces
mesiánicas, y alude al desempeño místico de un hombre que tiene tras de sí la
decadencia de una era y la fundación de un periodo nuevo. En un contexto más
latinoamericano, esta frase nos remite al “hombre nuevo” propuesto por Ernesto
Guevara, quien se refiere al nacimiento de la humanidad en una etapa diferente;
en esta nueva etapa el hombre debe caracterizarse por su espíritu de
solidaridad y sus fuertes valores morales.
[7] Al respecto de esta categoría, Husain complementa lo
siguiente: “La diosa madre es el núcleo de la percepción del Universo como
unidad sagrada y viva, en la que se mezcla una red cósmica que une los órdenes
de la vida manifiesta y oculta, cuyo centro ha girado en torno a la creación.
Por su esencia de totalidad, la imagen de la diosa madre ha irradiado ámbitos
más allá de los estereotipos de la feminidad, y a lo largo de su historia ha
desempeñado el papel de soberana, guerrera, cazadora, junto a otros atributos,
entre los cuales están su autonomía, sexualidad y fuerza, así como la unidad de
los opuestos, lo masculino y lo femenino, la creación y la destrucción, la vida
y la muerte” (2001: 6).
[8] Debido a la presencia del padre aldeano y de la madre
campesina, estos poemas nos llevan a pensar en los poemas “Los pasos lejanos”,
“A mi hermano Miguel” y al poema “XXVIII” de Trilce. La atmósfera familiar y las acciones desempeñadas por los
actantes son muy parecidos. Otro ejemplo de esta cercana relación se encuentra
en el verso “vaporcito enclaustrado no tardarás en llorar”, el cual nos remite
al conocido “vaporcito encantado siempre lejos” del poeta santiaguino.
[9] Acerca del vanguardismo andino o indigenista, Mauro
Mamani resalta su mecanismo integracionista, cuyo proceso consiste en afirmar
los valores propios y asimilar los ajenos. Mediante este procedimiento se puede
expandir lo regional y universalizar lo andino.
[10] A continuación, se brinda un fragmento
del poema “Matinas”, de Gamaliel Churata, poeta arequipeño cuyo verdadero
nombre fue Arturo Peralta Miranda.
Matinas
tiembla la pulpa campestre
del polen de los surcos
y de la médula del viento
el aire pule con amor
el cerro dulce
se abraza en el rumor de los trigos
maduros
perfume silvestre
danza pastoril
el árbol preñez de canto
OH ANDINO SABOR DE FRUTA
CANCIÓN DESVANECIDA EN ÉXTASIS
¡Cómo se astillan el pedernal y el alma
en el efluvio que amanece!
CANCIÓN DESVANECIDA EN ÉXTASIS
¡Cómo se astillan el pedernal y el alma
en el efluvio que amanece!
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