
¿Al poeta lo hace la creación o la publicación? ¿Poeta que no publica no es poeta? Como yo no he publicado aún, comprensiblemente, estoy condenado (o tengo el derecho) a sostener que la publicación no es lo que me hace poeta; sino la creación. Pero, como soy consciente de lo chovinista que es mi respuesta, hago uso de mi licencia para responder todo lo contrario.
¿Es posible que alguien escriba poesía de manera seria sin la intención de publicar? Personalmente, yo no lo creo. Lo que yo sí creo, es que algunos, tarde o temprano, lograrán publicar un libro, y por tanto podrán llevarlo bajo el brazo; mientras que otros, no alcanzarán dicho privilegio. La publicación en ese sentido se convierte en ícono del triunfo o bien del fracaso. A veces la publicación permanece en anhelo (en motor creativo, inclusive), sólo hasta que su sola recordación revive la sensación inmanente de la frustración y/o del fracaso; sensación que ha nacido cuando la esperanza de publicación se desvanece, ya por las reglas del mercado ya por las propias limitaciones del poeta. El poeta termina doblado por la certeza (real o inventada) de que jamás podrá publicar un libro; certeza que lo obliga a sostener con vehemencia que publicar no es su objetivo, que publicar no es importante, etc. Estas afirmaciones no son más que la cura que el poeta se ofrece a sí mismo en salud, no son más que su natural y lícita auto defensa para solapar el fracaso. Es lícito que el poeta que no puede (o cree que no puede) publicar un libro desdeñe la publicación del mismo, al igual que la zorra desdeñó las uvas maduras por el sólo hecho de no poder alcanzarlas.
¿La calidad de la poesía depende del soporte material? ¿La calidad de un poema mejora si en vez de ser publicado en cuero de vaca se publica en láminas de oro? ¿La poesía en sí misma es mejor si se publica en una plaqueta casera que si se publica en una edición de lujo? ¿El poeta es mejor (más) o peor (menos) poeta si sus poemas los publica en un periódico, en una revista tradicional, en una revista cibernética, en un libro,…? ¿Qué es mejor, un puñado de poemas buenos no publicados en libro o un puñado de poemas malos publicados en libro? La respuesta resulta ser una verdad de Perogrullo: la poesía no mejora por el sólo hecho de ser publicada, no importa si se publica en cuero de borrego o en láminas de oro. La calidad de la poesía depende exclusivamente de la (in)capacidad literaria del creador; mientras que su publicación, o no, depende de la (in)capacidad extra literaria del mismo. Entre estas (in)capacidades extra literarias mencionemos, por ejemplo, la (in)capacidad económica, la (in)capacidad comercial, la (in)capacidad social, etc. Después de todo: ¿es justo exigirle al poeta que posea (in)capacidades extra literarias? Estando ante una verdad de Perogrullo es patético ver al ego de ciertos poetas que (les) han sido publicados, menear su libro al aire como prueba contundente e inequívoca de su calidad poética. La publicación no es prueba suficiente de la calidad literaria. Hay, todos lo saben, aunque casi todos lo callen o ignoren por conveniencia, poesía buena no publicada; como hay, poesía mala publicada en ediciones de lujo.
El poeta como parte de un colectivo está obligado a mostrar con hechos su condición de poeta. Nadie del colectivo tiene la obligación de llamar poeta a un poeta por el solo hecho de que este así lo reclama a cuatro vientos. Si el poeta dice soy poeta, y quiere que lo reconozcan como tal, el colectivo tiene todo el derecho a exigirle evidencias concretas, y el poeta la obligación de ofrecerla. El que sólo bastara la palabra del poeta para ser llamado poeta, eso sí sería preocupante, arbitrario, falto de seriedad. ¿Y cuál sería la evidencia que legitime al poeta como tal ante el colectivo? Sí bien creo que el poeta debe ofrecer evidencias de su existencia poética, si bien creo que el poeta debe presentar al colectivo algo que lo justifique como tal, es claro que esto no sólo es satisfecho a cabalidad por el libro, sino también por la plaqueta, la revista, el periódico, el recital, la web, etc.; es decir, la evidencia es la publicación en sí misma, mas no el soporte material en que esta se concreta. La publicación, en general, representa la única prueba tangible que legitima al poeta ante el colectivo. En este sentido el recital, por su propia naturaleza, sería la publicación de soporte físico más volátil (aunque irrefutable para los que lo oyeron); mientras que el libro, sería la publicación más duradera; lo cual lo convierte en la evidencia, en el legitimador ideales, en la credencial idónea, aunque no única, del poeta; esto explica al libro como objeto literario por antonomasia que discrimina entre poetas y no poetas, en desmedro de la web, de la plaqueta, del periódico, etc.; invita/induce a los egos deformados y a los desprevenidos olvidar que no es el libro quien legitima al poeta, que no es el libro la única credencial del poeta, que la credencial natural y primigenia es la publicación misma, y que la publicación carece del poder mágico de insuflar calidad poética al contenido publicado (ni lo mejora ni lo empeora, lo deja intacto); que la publicación, después de todo, credencial o no, sólo cumple con su afán de perennizar y/o masificar un texto, simplemente