Juan Paredes
Carbonell según mi frágil memoria
Yo había visto a Juan Paredes Carbonell en Guadalupe en
el primer lustro de los 90; así como a Juan Félix Cortés, Santiago Aguilar,
Rogelio Gallardo, etc. Yo los miraba con respeto desde mi silla de común
espectador. Los poetas “trujillanos”, consagrados y famosos, llegaban a ofrecer
recitales, invitados por Antonio Escobar, quién por entonces, en solitario,
realizaba toda la movida literaria del lugar.
Cuando publiqué Cantata
al trío heroico (octubre, 1996), le comenté a Antonio Escobar que me
gustaría darle mi plaqueta a algún crítico de peso para que me diera una
opinión literaria y honesta. Entonces me dijo: busca a Pancho en la UNT, él no se casa con nadie. Al ver mi cara
de asustado, agregó: le dices que vas de
mi parte.
A los pocos meses volví a la UNT a realizar algunos
papeleos para mi titulación. Aprovechando la ocasión me animé a visitar a Juan
Paredes Carbonell. Plaqueta en mano me fui a buscarlo. Pero cuando me encontré
de pie frente a su oficina en la facultad de educación, el miedo se apoderó de
mí. No me animaba a tocar la puerta. ¿Y si me dice que mi poesía no vale nada?
Yo quería un comentario sincero; pero a la vez quería oír de sus labios que mis
poemas valían la pena. Tomé aire y toqué la puerta, que estaba entreabierta, y
asomé tímidamente la cabeza. Juan Paredes me miró, alzando sus ojos por encima
de sus lentes de montura gruesa: adelante, dijo. Supongo que tragué saliva, y
luego le expliqué el motivo de mi visita. Lo que sí recuerdo con claridad es
verlo literalmente ojear mi poemario: mientras pasaba las hojas, yo no sabía
dónde diablos esconderme, ni con qué cara, de las mil que ensayaba frente a él,
lo miraría cuando terminara. Levantó los ojos y, otra vez por sobre sus lentes,
me dijo atropelladamente, meneando afirmativamente la cabeza, algo como: muy bien, hace mucho tiempo que no leía
poesía que me tocara, con carga emotiva…; recuerdo que me comparó, sino mal
recuerdo, con Luis Valle Goicochea y con otros poetas de la misma estirpe. Yo
no podía creer lo que escuchaba; pero tuve que hacerlo ya que la visita
concluyó con su invitación para leer poesía en un recital que por aquellos días
esa ofrecía conmemorando, no recuerdo bien si el natalicio o la muerte de
Vallejo. Recuerdo con tristeza, que quise invitarle a tomar un café, pero no
encontré un sol en mis bolsillos. Lo acompañé hasta la playa de
estacionamiento, subió a su volkswagen y se fue.
Después de este encuentro, volví a verlo el 2006,
luego de volver de Puerto Rico. Y lo frecuenté hasta el 2008, cuando me fui a
trabajar a Lima. Por aquella época él enseñaba en la UNT, sede de Guadalupe. Nos
reuníamos a tomar un jugo, un café, o simplemente a conversar sentados en
alguna banca de la plaza mayor. Lo bonito fue que por entonces yo había perdido
el miedo de enseñarle mis escritos. Después de esto no supe de él hasta el
2011, cuando publiqué Nostalgia de Barro,
mi primer libro a lo grande (antes solo había publicado plaquetas). Se me había
metido a la cabeza y al corazón de que Juan Paredes Carbonell tenía que ser
quien lo presentara. Y no paré hasta conseguirlo. Fui a buscarlos a su casa en
Trujillo. Tras invitarme a pasar y ponernos al tanto, le expliqué el motivo de
mi visita; recuerdo que me dijo: Por
supuesto, Jara, para eso están los amigos. ¿Y tu libro? Saqué de mi morral mi flamante criatura y se
lo alcancé. Hum, bonita edición. Lo
ojeó, delante de mí, a vuelo de pájaro: muy
bien, Jara, hay carga emotiva. Allí estaremos entonces. Luego nos
entretuvimos afinando los pormenores.
La presentación tuvo lugar en el Club Unión de
Guadalupe (14 de octubre de 2011). Juan Paredes Carbonell llegó puntual,
acompañado de su señora esposa. Cuando quise reconocerle los pasajes, me dijo,
que no, que eso no se hacía entre amigos. Fiel a su estilo, aquella noche, no
improvisó su alocución. Leyó, pausadamente, el texto que había preparado a mano
en cuatro o cinco cuartillas. Al verlo leyendo, me dije, emocionado: estas
cuartillas se tienen que quedar conmigo, para publicarlas. Pero no fue así, y
es algo de lo que hasta hoy me arrepiento, y quizá, por como vienen sucediendo
las cosas, me arrepienta toda la vida. Una vez concluida la presentación, ya
reunidos compartiendo un refrigerio, le pregunté: ¿Juan, me podrías facilitar tu texto? Por supuesto, me dijo, y se
dispuso a entregármelo. Y cuando yo me disponía a estirar las manos para
recibirlo, cambió de opinón y me dijo: Jara,
mejor lo paso a máquina y te lo alcanzo corregido. Craso error: hasta el sol de hoy, no tengo
ni el texto escrito a mano (borrador),
ni el texto escrito a máquina (limpio); me quedé sin soga y sin cabra. Como si acaso
intuyera el futuro, me apuré a ofrecerme para yo pasarlo a máquina. Jara, no te preocupes, yo lo paso a máquina
y… Y guardó las cuartillas en su maletín. ¡Cómo me arrepiento no haberle
arranchado las cuartillas de sus manos! Pensar que el no hacerlo me ha privado
del comentario de uno de los críticos literarios más importantes de Trujillo.
Desde entonces, cada vez que esporádicamente nos cruzamos, como si de un
consabido libreto se tratara, yo le pregunto, cada vez con menos esperanza: ¿Juan, y el comentario?; y él me
responde, cada vez más convencido: Jara,
no lo encuentro.