Thursday, January 12, 2012

Revocatoria y responsabilidad...

Últimamente se ha puesto de moda en el Perú el revocar a una autoridad democráticamente elegida. Y una de las cosas que más me ha llamado la atención es la facilidad con que se recurre a este mecanismo; la facilidad con que a una autoridad elegida hace apenas un año, se la quiera fuera del cargo con tanto ahínco. Esto me ha motivado a analizar este mecanismo legal de control que tiene el pueblo para remover una autoridad elegida democráticamente, fijando mi atención en los requisitos legales necesarios para que este mecanismo se active, se eche andar; y teniendo en cuenta el grado de responsabilidad y/o irresponsabilidad que recae sobre los diferentes actores sociales que intervienen en el proceso.

Aquí una mirada crítica y rápida a los requisitos necesarios para que la revocatoria de una autoridad tenga lugar:


1. Compra del kit electoral (el promotor)

Fácil de conseguir. Cualquier ciudadano puede hacerlo, con su dinero o con dinero ajeno; por iniciativa propia, o por encargo de terceros; a la ONPE le importa un bledo quién promueva la revocatoria. Este requisito resulta ser, en suma, una simple transacción financiera.

2. Recolección del 25% de firmas de electores hábiles (el promotor)
Fácil de conseguir. Si una autoridad motivo de revocatoria ganó las elecciones, por ejemplo, con un 51% de los votos, existe en teoría un 49% de los votos, a favor de su revocatoria; es decir, esta autoridad resulta revocable por defecto; pues el porcentaje de votos potenciales a favor de su revocatoria (49%) resulta mucho mayor al exigido (25%). Incluso, una autoridad que fue elegida democráticamente con un alto respaldo popular, por ejemplo con un 70% de los votos, también resulta revocable por defecto; pues el porcentaje de potenciales votos a favor de su revocatoria (30%) resulta aún mayor que el exigido (25%). Por tanto, conseguir el 25% de firmas para revocar a una autoridad resulta ser un proceso meramente operativo, y en teoría, siempre alcanzable, puesto que casi nadie gana las elecciones con porcentajes tan elevados. Como vemos este requisito a primera vista tan difícil de lograr, realmente no lo es. Este requisito no resiste el más mínimo análisis aritmético. Este requisito ni siquiera resulta lógico, resulta completamente advenedizo.
El promotor (y asociados; léase, interesados primarios en revocar a una autoridad, pero que a veces no dan la cara) y un buen presupuesto, en teoría, bastan para lograr este requisito.


3. Verificación de autenticidad de las firmas recolectadas (la ONPE)

Fácil de conseguir. Proceso meramente formal, mecánico. Es sólo cuestión de tiempo.


4. Solicitud de revocatoria (el promotor)

Fácil de conseguir. En la solicitud de revocatoria se fundamenta el porqué de la revocatoria de una autoridad; pero no se exigen las evidencias que sustenten dicho fundamento. Es decir, el fundamento que se esgrime para pedir la revocatoria de una autoridad no es motivo de investigación por parte de la ONPE; no importa si es real o inventado; no importa si nace de la razón o del hígado o del despecho; no importa si es de interés personal o colectivo. Para la ONPE es irrelevante la razón por la que alguien promueve la revocatoria de una autoridad. En todo caso, ¿para qué exigen que se fundamente la revocatoria si esta no se toma en cuenta? El fundamento, y por ende el requisito en sí, resulta ser un formalismo retórico.


5. Verificación de cumplimiento de los requisitos anteriores (la ONPE)

Fácil de conseguir; proceso meramente formal, mecánico.

6. Convocatoria a consulta popular (JNE)
Fácil de conseguir; proceso meramente formal, mecánico.

De este breve análisis podemos concluir que es fácil mover a una autoridad desde el legítimo cargo político, obtenido democráticamente en las urnas, hasta instalarlo en una advenediza consulta popular. Entre el legítimo cargo político y la advenediza consulta popular, median apenas 6 requisitos de exigencia cuestionable, median apenas 6 requisitos que cualquier ciudadano podría alcanzar, median apenas 6 requisitos de carácter endeble. Llevar a un candidato a ser autoridad es un proceso democrático, largo, costoso, en el que participan el estado, las agrupaciones políticas, los medios de comunicación, las agencia de marketing, la población en general; entonces, ¿cómo es posible que una autoridad elegida mediante un proceso de tal magnitud de involucramiento económico y de actores sociales sea revocada por un promotor y apenas 6 requisitos de dudosa exigencia? En este sentido la revocatoria resulta injusta, asimétrica, resulta un despropósito.

El carácter endeble de los requisitos para revocar a una autoridad hacen de la revocatoria un mecanismo advenedizo, un mecanismo ideal que se fragua casi siempre desde el despecho, desde la hiel, desde el hígado, desde el revanchismo, desde el oportunismo. ¿Es acaso casualidad que los más entusiastas con la revocatoria sean aquellos candidatos que no ganaron en las urnas? ¿Es acaso casualidad que los más entusiastas con la revocatoria sean aquellos electores cuyos candidatos no ganaron en las urnas? ¿Es caso casualidad que los más entusiastas con la revocatoria sean aquellas personas que tienen algún tipo de problema personal con la autoridad en función? ¿Es caso casualidad que los más entusiastas con la revocatoria sean aquellas personas que piensan ser candidatos en una campaña próxima? No es casualidad; lo que sucede es que los candidatos perdedores y los electores cuyos candidatos perdieron en las urnas son unos irresponsables; pues no asumen (no aceptan) las consecuencias (resultados) de un proceso democrático en el cual participaron libremente y en acuerdo pleno; lo que sucede es que hay personas irresponsables que utilizan este mecanismo legal sólo como un achaque para saldar alguna deuda de índole personal, o para consumar alguna de sus más bajas pasiones: antipatías, odios, revanchismo…; lo que sucede es que hay candidatos irresponsables que utilizan la revocatoria como campaña política con miras a unas elecciones que aún no comienzan. La democracia se robustecería enormemente si los que perdieron en las urnas, tanto candidatos como electores, no se dedicaran a promover la revocatoria de una autoridad. Pues resulta imposible creerles, aunque fuera cierto, que lo hacen por amor a su pueblo; la sombra del despecho y/o del hígado, nada ni nadie podrá quitárselo. ¿Acaso ignoran estos actores sociales que aceptar los resultados adversos obtenidos en las urnas es también inherente de la democracia? No sólo es inherente a la democracia el participar en las elecciones, sino también el aceptar los resultados (favorables o adversos) de las mismas. Por tanto, todo ciudadano de un pueblo democrático en vez de promover revocatorias debería apoyar –sin importar por quien votó, sin importar si ganó o perdió su candidato– el trabajo de la autoridad elegida por la mayoría, en el mejor de los casos, o dejarla trabajar tranquila, en el peor, por el periodo de tiempo estipulado incluso antes de las elecciones. En este sentido la revocatoria resulta ser un mecanismo antidemocrático.

Sería saludable para la democracia y para la sociedad que la revocatoria en realidad no existiera, por todo lo dicho anteriormente. Y porque la revocatoria no es la cura para acabar con una mala autoridad, es un analgésico; no, la solución es que el pueblo aprenda a elegir bien a sus autoridades, que aprenda a sumir las consecuencias de sus decisiones democráticas, que aprenda a no hacer berrinches, a no patear el tablero democrático simplemente porque luego se da cuenta que la autoridad que eligió democráticamente es mala o no le gusta, que el pueblo aprenda a ser responsable. Si el pueblo eligió mal a sus autoridades, pues que asuma las consecuencias de su decisión democrática. Si el pueblo no aprende a elegir bien a sus autoridades la revocatoria no sirve sino para volver a elegir mal, pues la revocatoria no es un mecanismo que reforma, que educa, que eleva la consciencia, es más bien un mecanismo que exime al pueblo de toda responsabilidad, de toda culpa. El mensaje subliminal es: si eliges mal una autoridad; no te preocupes, revócala. ¿No te preocupes?, ¿revócala?, ¡qué sandez!, ¡que sí se preocupe, una y mil veces, hasta los huesos!, ¡que asuma las consecuencias de su decisión!, ¡que se haga responsable! ¡Qué mensaje para tan apañador, consentidor, sobreprotector, y sobre todo dañino! Basta de promover la irresponsabilidad, ya basta: un pueblo responsable no admite ni tolera revocatorias, porque la revocatoria es un mecanismo que abona la irresponsabilidad –la inconsciencia– personal y colectiva; y un pueblo puede ser todo, menos irresponsable. Recordemos, que si bien el pueblo no es responsable de que una autoridad sea mala, sí es completamente responsable de haberla elegido. La revocatoria lamentablemente se centra sólo en la autoridad, en su condición de mala autoridad, soslayando por completo uno de los detalles más importantes del proceso: que fue el pueblo quien eligió la mala autoridad, que fue el pueblo quien democráticamente le confirió el cargo que hoy pretende arrebatárselo. Un pueblo responsable debe asumir las consecuencias de su decisión democrática y no evadirlas vía revocatoria; debe aceptar con hidalguía que la autoridad elegida, aunque ahora no le guste, fue elegida para gobernar por un periodo de tiempo pactado incluso antes de ir a las urnas. En este sentido la revocatoria, aunque legal, resulta ser un mecanismo irresponsable; léase, hija de la irresponsabilidad, símbolo de la irresponsabilidad de un pueblo.

Si la cura a la proliferación de malas autoridades no es la revocatoria, sino educar al pueblo para que aprenda a elegir bien, ¿por qué se opta por la revocatoria sin cuestionarla, casi por inercia?: porque la revocatoria aunque no es cura, sino analgésico, además de ser un mecanismo legal y aparentemente democrático, exige el mínimo esfuerzo humano, la mínima inversión económica: comprar un kit, recolectar cierto número de firmas…; mientras que educar al pueblo, que es la cura definitiva, exige un esfuerzo humano y una inversión económica quijotescos, casi utópicos. ¿Revocatoria o Educar al pueblo? Ante este panorama la pregunta resulta retórica, ya no resulta un dilema, ¿cierto? Aun así, apuesto porque el estado eduque al pueblo para que este elija bien a sus autoridades, para que aprenda a ser responsable, aunque esta cura le cueste dos ojos y largos años de trabajo sistemático. El estado tiene la responsabilidad de educar al pueblo para que este no vote por un candidato sólo porque es guapo, no vote por un candidato sólo porque su propaganda en los medios de comunicación es llamativa, no vote por un candidato sólo porque habla lindo, no vote por un candidato sólo porque es millonario, no vote por un candidato sólo porque es carismático, no vote por un candidato que jamás ha hecho nada por el pueblo en el pasado, no vote por imágenes mediáticas, no vote por currículos inventados, no vote por proyectos inviables, no vote por equipos de trabajo improvisados… Total, ¿no es acaso la educación un derecho inalienable de todo ciudadano?

Si bien la revocatoria es un mecanismo antidemocrático, irresponsable, sobreprotector, que deslegitima gratuitamente a quien fuera legitimado en las urnas, ¿qué es lo mínimo que se debería hacer, si tuviéramos que convivir irremediablemente con la revocatoria, en aras de que no sea un perfecto despropósito, y no cause tanto daño a la democracia?: sería imperdonable no replantear al menos por completo los 6 requisitos que la activan; sería imperativo hacerlos más robustos, más lógicos, más justos; sería imperativo quitarles su carácter meramente económico, operativo, burocrático que gozan; sería imperativo quitarles su proclividad innata de sucumbir a las bajas pasiones.

Finalmente, ¿cómo exigirle a los candidatos, a las agrupaciones políticas, a las agencias de marketing, a los medios de comunicación, al pueblo en general, ser honestos durante una campaña electoral? ¿Cómo exigirles, es suma, ser actores responsables? No podemos exigirles, debemos enseñarles. Si todos los actores sociales que intervienen en un proceso democrático fueran responsables, ¿se imaginan?, seguramente otra sería la historia.