Tuesday, August 16, 2011

¿Mal poeta o no poeta?

¿Es lo mismo ser mal poeta que no ser poeta? ¿Qué es más legítimo decirle a alguien que nunca escribe un buen verso: que es mal poeta o que no es poeta? Pongamos el siguiente caso hipotético: Luis, el día que su padre muere, de dolor escribe algunos versos. Un entendido en poesía los lee, y llega a la conclusión de que los versos son realmente malos. La pregunta es: ¿los versos son malos por que Luis no es poeta o por que Luis es un mal poeta? El ego de Luis bien podría resolver este dilema, a su favor, obviamente, aludiendo que el entendido no sabe de poesía. Y es aquí cuando surge un nuevo y legítimo dilema: ¿la poesía es mala por que es mala o por que el entendido es un mal entendido? En fin, lo único cierto es que un poeta jamás escribe/publica sabiendo/creyendo íntimamente que su poesía es mala; todo poeta escribe/publica bajo la presunción (aunque inocente, pletórica de fe y de ego) de que su poesía es buena, o al menos no es (tan) mala: el acto creativo del poeta se sustenta en un acto de fe estético, en el beneficio de la duda. Un poeta sin fe creativa no existe. Un poeta que asegura que su poesía es mala (o no le gusta) no existe, o bien es la encarnación de la falsa humildad o de un ego solapado, o bien es víctima de un malditismo trasnochado: ¡qué malo ese poeta que despotrica contra su propia poesía! Poeta que publica porque lo animaron, porque tuvo la oportunidad, porque ya era tiempo, etc., mienta: poeta que publica, sin duda alguna, o se sabe poeta o se cree poeta; punto.

Si todos son (potencialmente, optimistamente) poetas, el acto de escritura nos develará, no si es o no poeta, sino si es un mal o un buen poeta. En cambio, si no todos son (potencialmente, realistamente) poetas, ¿qué es lo realmente nos devela el acto de escritura?; pues, todo depende de lo que respondamos a la siguiente pregunta: ¿el poeta nace cuando escribe, o cuando escribe bien? Si el sólo acto de escritura pariera al poeta, esto explicaría (y justificaría) el por qué todos los países se jactan que debajo de cada una de sus piedras brota un poeta; esto explicaría, también, el por qué todo aquel que escribe (garabatea) un par de versos se considera poeta; explicaría, también, el por qué hay tanto poeta que cree (sin un atisbo de duda) que todo lo que escribe (a veces en una servilleta, en lo que dura un bostezo, una pitada de cigarrillo, un sorbo de cerveza) es digno de aparecer en una antología.

Leí alguna vez por ahí, que el poeta tenía que llamarse poeta, reconocerse y asumirse como tal ante sí mismo y ante los demás que no hacerlo era poco menos que una estupidez, un complejo. ¿Por qué no si el carpintero se llama carpintero; el futbolista, futbolista; el matemático, matemático, etc.? Mientras releía esos argumentos, les juro que por acto reflejo, por instinto natural, por emoción de mi ego acariciado, no dudé en llamarme poeta para mis adentros. Ante la treta psicológica preferí ser poeta a ser un acomplejado o un idiota. Pero luego me pregunté: ¿acaso porque corro el estadio soy atleta?, ¿acaso porque pateo una pelota o porque juego tiritos al arco soy futbolista? ¿acaso porque construyo una silla soy carpintero? ¿acaso porque calculo mentalmente la cuenta a pagar en el supermercado soy matemático? … Claro que no: ni soy atleta porque corro el estadio, ni soy futbolista porque pateo una pelota, ni soy carpintero porque construyo una silla, ni soy matemático porque calculo mentalmente la cuenta… Por lo tanto, tampoco soy poeta simplemente porque escribo unos versos. El oficio es producto de la perseverancia, de la práctica, del tiempo; el oficio no es producto de la casualidad, de la improvisación permanente. No basta para escribir poesía mirar al cielo, sentarse bajo un árbol, respirar hondo; para escribir poesía y por tanto para ser poeta hay que escribir y escribir, para poder corregir y corregir y/o botar y botar.

¿Cómo saber realmente si una persona es mal poeta o no es poeta?: no hay forma de zanjar el dilema, a menos que venga a nuestro auxilio el inefable poetómetro: dispositivo que sirve para medir la calidad poética.