El
libro de poesía Nostalgia de Barro del poeta Robert Jara consta de tres
partes: Cantata al silencio, Los abuelos de mis abuelos y Nostalgia
de barro.
La
obra está editada pulcramente por el sello Ornitorrinco que dirige el poeta
Ricardo Ayllón, y tiene 78 páginas. La imagen de portada: Músicos de
Cajamarca es un óleo sobre tela y pertenece al artista plástico Cleto Carpio
Dávila (CARDAC); las ilustraciones de
solapa e interiores son tramas en blanco y negro a partir de fotografías de
Robert Jara; el diseño de cubierta pertenece a Juan López Morales.
Cantata al silencio
Robert
Jara ha escrito una poesía constante que se remonta a la infancia; el personaje
principal es el pueblecito que cobija sus recuerdos y sus olvidos; el cerro
Namul se avizora con su propia tradición como un símbolo de la naturaleza,
vinculado a las raíces ancestrales.
Es
una poesía a veces simbólica, a veces comprometida, donde el poeta se desplaza
mágicamente para describir su hábitat, su espacio perdido y encontrado en su
espíritu creador; es una poesía que rescata las calles polvorientas, aquella
atmósfera rural donde aparecen: los pájaros, la lluvia, los árboles, la brisa
del mar, las auroras y los crepúsculos. Es el amor del poeta a su terruño quien
lo convoca a escribir; de ahí que Cantata
al silencio sea un canto a la naturaleza, al paisaje agrario, donde la
inocencia y la ternura se fusionan en el tiempo. La soledad, el silencio y una
inadvertida violencia del pueblecito de Robert Jara nos permiten conocer a los protagonistas que se desarrollan en las formas breves
y que dan unidad y coherencia al texto. A veces encontramos versos de estilo
vallejiano: “de la cintura soleada y tristona”, “cobrizos zancudos”.
Robert Jara une conceptos para lograr expresar con eficacia el contenido
poético.
La
tristeza de lo rural, se percibe en algunos fragmentos: lugubredad / cada
poro / cada hueso chupa y escupe/
El
pueblecito yace marginado, solitario, triste, callado, sin embargo es visitado
por lechuzas, moscones, gatos, grillos,
luciérnagas; es un pueblecito signado por la rutina que paradójicamente
lo hace distinto.
Cuando
escribe /Ignoro / a dónde / el sol / se iría a llorar/ filosofa y
percibe cotidianamente la realidad circundante y descubre en carne propia una
existencia relativa que resulta ser un apuro por vivir en una plañidera
tarde, tal como afirma poéticamente.
En
el pueblecito la tragedia y el drama no están ausentes, como no están ausentes
los algarrobos centenarios, las bandadas de pájaros que inundan los árboles; el poeta insistentemente
evoca a su cerro Namul, y se apropia de su magia y de su esencia perdurable.
En
el pueblecito el sol y la luna son testigos de las costumbres, tradiciones y
leyendas.
Robert
Jara ha logrado una poesía personal y telúrica; ha logrado expresar un mundo
rural a partir de una poesía conceptual y lírica; ha logrado captar las
sensaciones y la historia de un pueblecito antiguo que vive sus experiencias
más recónditas: / Hoy / entre suspiros milenarios / pueblito / teñido de
verde / de amarillo / de tierra / diviso un trío encamotado / guiñando mi
saludo/ ¡Oh / prístinas siluetas / hijas de huacos peruanos!/
Los abuelos de mis abuelos
En
este texto el poeta Robert Jara es consecuente con la fusión de sus orígenes;
le canta a los dos mundos que entretejen su identidad, su mestizaje.
Es
una poesía coloquial que ha elevado la palabra a otras dimensiones.
Al
abuelo ancestral lo ubica en el espacio y el tiempo exactos del desarrollo
existencial. Es el abuelo creador, el abuelo depositario del conocimiento
mítico; lo ensalza, le otorga una verdadera importancia histórica. Se dirige a
él con marcada precisión. Escribe sobre un pasado glorioso y su geografía,
sobre la creatividad de una cultura profunda y original. Nos recuerda los
frutos, las obras de los abuelos antiguos, milenarios, nobles, generosos. Evoca
con fuerza a Pakatnamú, ciudadela de barro, pre inca, donde existen vestigios
incuestionables de su esplendor y grandeza vigentes. Robert Jara anuncia, a lo
largo del texto, abundantes elementos esenciales y autóctonos del lugar, que permiten al lector, a la vez, ilustrarse
y gozar con esta creación bella y
cohesionada.
El
abuelo occidental, el abuelo barbudo venido del mar, es tan importante como el abuelo ancestral.
Si
bien Robert Jara poéticamente reconoce su aprecio por el abuelo barbudo, lo
sienta en el banquillo para cuestionarlo, para juzgarlo desde una perspectiva
de la ventaja.
Es
una poesía contestataria; la increpación al abuelo hispano es notoria,
persistente. El drama del hombre peruano trasunta a través de esta poesía
válida, donde los dos ancestros laten y viven fusionados, como un ser nuevo.
Robert Jara no puede escapar, ni quiere hacerlo, de esta realidad histórica; y
más bien canta, sufre y ama los dos caminos raciales y culturales que ha
heredado. El peruano viene de dos culturas, de dos genes, Robert Jara bien lo
sabe y bien lo ha plasmado, como un
tributo eterno a la presencia histórica
e inigualable de sus abuelos.
En
una poesía donde habita el peruano de la modernidad, el peruano de hoy,
complicado, triste y feliz; el emprendedor de nuestro tiempo, el republicano
que tiene en su haber un pasado imborrable.
Es
una poesía que brinda un mensaje esclarecedor, cuyo contenido se fundamenta en
la historia, en la construcción de una cultura auténtica y moderna en la cual
se visualiza el idioma, la religión, las costumbres y otros elementos propios
de una cultura mestiza, de una cultura peruana que ha sido forjada desde
adentro con esfuerzo, con victorias y derrotas.
Nostalgia de barro
Este
texto es un volver a la atmósfera familiar: el padre, la madre, los
hermanos; el cerro natural de unos
habitantes que aman la tierra, que aman a sus animales, compañeros fieles de
sus días humanos y constantes.
Robert
Jara ha creado una poesía muy personal para volver a la infancia, para
premiarse por haber sido un niño dichoso entre las piedras, los ríos, las
chacras, los pájaros, entre una naturaleza hermosa y repleta de sorpresas. Las
calles, las casas, los amigos vuelven en su palabra poética; desfilan el tiempo
ido, la ternura de los familiares más
cercanos; es, en suma, una nostalgia de
barro; es, una amplia metáfora de la vida, de los días acumulados que jamás
volverán, pero que perdurarán en los sentimientos, en la
lejanía; es una poesía telúrica, fiel a las vivencias y experiencias más
cotidianas.
Desfilan
en Nostalgia de barro: la cordillera, el sol, la luna, el sauce añoso,
el candil nocturno, la pampa, la mujer que se ama con el corazón tierno, la infancia
tan aferrada a la memoria; los niños
cercanos, los hermanitos que juguetean en la atmósfera rural; la ilusión y la
desilusión del campesino, cuidador de su propia tristeza y de sus animales; las
tapias, los caminos, los eucaliptos anunciadores de un paisaje impregnado de
sonidos, colores y crepúsculos; la casa familiar, con sus amplios corrales de
adobe, la casa de quincha y de barro; papá y mamá acariciando la cabecita de
sus niños; los asnos, los burros, los gallos…
Robert
Jara ha subido el tono su poesía para trasmitirnos una poesía cálida y tan
comprometida con su vida, sus emociones, sus nostalgias y su terruño.
Creo
que la vida intensa de Robert Jara ha devenido en un rico imaginario de
expresiones donde la poesía ha cumplido su rol: enternecernos y conectarnos con
un mundo poético personal que, sin duda, perdurará en el tiempo.
Trujillo, 03 de octubre de 2012
(Casa Museo “Juan Félix Cortés Espinosa”)
[1] Juan Félix Cortes Espinosa
(Sullana─Piura, 1944)
Escritor,
Crítico Literario, Periodista, Promotor Cultural
Fundador
del grupo cultural Runakay
Fundador
de la casa museo Juan Félix Cortes Espinosa
Director
de la revista Lo que importa es el hombre