Friday, January 18, 2013

NOSTALGIA DE BARRO por Juan Félix Cortés Espinosa


El libro de poesía Nostalgia de Barro del poeta Robert Jara consta de tres partes: Cantata al silencio, Los abuelos de mis abuelos y Nostalgia de barro.

La obra está editada pulcramente por el sello Ornitorrinco que dirige el poeta Ricardo Ayllón, y tiene 78 páginas. La imagen de portada: Músicos de Cajamarca es un óleo sobre tela y pertenece al artista plástico Cleto Carpio Dávila (CARDAC);  las ilustraciones de solapa e interiores son tramas en blanco y negro a partir de fotografías de Robert Jara; el diseño de cubierta pertenece a Juan López Morales.

Cantata al silencio

Robert Jara ha escrito una poesía constante que se remonta a la infancia; el personaje principal es el pueblecito que cobija sus recuerdos y sus olvidos; el cerro Namul se avizora con su propia tradición como un símbolo de la naturaleza, vinculado a las raíces ancestrales.

Es una poesía a veces simbólica, a veces comprometida, donde el poeta se desplaza mágicamente para describir su hábitat, su espacio perdido y encontrado en su espíritu creador; es una poesía que rescata las calles polvorientas, aquella atmósfera rural donde aparecen: los pájaros, la lluvia, los árboles, la brisa del mar, las auroras y los crepúsculos. Es el amor del poeta a su terruño quien lo convoca  a escribir; de ahí que Cantata al silencio sea un canto a la naturaleza, al paisaje agrario, donde la inocencia y la ternura se fusionan en el tiempo. La soledad, el silencio y una inadvertida violencia del pueblecito de Robert Jara nos permiten conocer a los protagonistas que se desarrollan en las formas breves y que dan unidad y coherencia al texto. A veces encontramos versos de estilo vallejiano: “de la cintura soleada y tristona”, “cobrizos zancudos”. Robert Jara une conceptos para lograr expresar con eficacia el contenido poético.

La tristeza de lo rural, se percibe en algunos fragmentos: lugubredad / cada poro / cada hueso chupa y escupe/

El pueblecito yace marginado, solitario, triste, callado, sin embargo es visitado por lechuzas, moscones, gatos, grillos,  luciérnagas; es un pueblecito signado por la rutina que paradójicamente lo hace distinto.

Cuando escribe /Ignoro / a dónde / el sol / se iría a llorar/ filosofa y percibe cotidianamente la realidad circundante y descubre en carne propia una existencia relativa que resulta ser un apuro por vivir en una plañidera tarde, tal como afirma poéticamente.

En el pueblecito la tragedia y el drama no están ausentes, como no están ausentes los algarrobos centenarios, las bandadas de pájaros que  inundan los árboles; el poeta insistentemente evoca a su cerro Namul, y se apropia de su magia y de su esencia perdurable.

En el pueblecito el sol y la luna son testigos de las costumbres, tradiciones y leyendas.

Robert Jara ha logrado una poesía personal y telúrica; ha logrado expresar un mundo rural a partir de una poesía conceptual y lírica; ha logrado captar las sensaciones y la historia de un pueblecito antiguo que vive sus experiencias más recónditas: / Hoy / entre suspiros milenarios / pueblito / teñido de verde / de amarillo / de tierra / diviso un trío encamotado / guiñando mi saludo/ ¡Oh / prístinas siluetas / hijas de huacos peruanos!/

Los abuelos de mis abuelos

En este texto el poeta Robert Jara es consecuente con la fusión de sus orígenes; le canta a los dos mundos que entretejen su identidad,  su mestizaje.

Es una poesía coloquial que ha elevado la palabra a otras dimensiones.

Al abuelo ancestral lo ubica en el espacio y el tiempo exactos del desarrollo existencial. Es el abuelo creador, el abuelo depositario del conocimiento mítico; lo ensalza, le otorga una verdadera importancia histórica. Se dirige a él con marcada precisión. Escribe sobre un pasado glorioso y su geografía, sobre la creatividad de una cultura profunda y original. Nos recuerda los frutos, las obras de los abuelos antiguos, milenarios, nobles, generosos. Evoca con fuerza a Pakatnamú, ciudadela de barro, pre inca, donde existen vestigios incuestionables de su esplendor y grandeza vigentes. Robert Jara anuncia, a lo largo del texto, abundantes elementos esenciales y autóctonos del lugar,  que permiten al lector, a la vez,  ilustrarse  y gozar con esta creación  bella y cohesionada.

El abuelo occidental, el abuelo barbudo venido del mar,  es tan importante como el abuelo ancestral.

Si bien Robert Jara poéticamente reconoce su aprecio por el abuelo barbudo, lo sienta en el banquillo para cuestionarlo, para juzgarlo desde una perspectiva de la ventaja.

Es una poesía contestataria; la increpación al abuelo hispano es notoria, persistente. El drama del hombre peruano trasunta a través de esta poesía válida, donde los dos ancestros laten y viven fusionados, como un ser nuevo. Robert Jara no puede escapar, ni quiere hacerlo, de esta realidad histórica; y más bien canta, sufre y ama los dos caminos raciales y culturales que ha heredado. El peruano viene de dos culturas, de dos genes, Robert Jara bien lo sabe  y bien lo ha plasmado, como un tributo eterno a la  presencia histórica e inigualable de sus abuelos.

En una poesía donde habita el peruano de la modernidad, el peruano de hoy, complicado, triste y feliz; el emprendedor de nuestro tiempo, el republicano que tiene en su haber un pasado imborrable.

Es una poesía que brinda un mensaje esclarecedor, cuyo contenido se fundamenta en la historia, en la construcción de una cultura auténtica y moderna en la cual se visualiza el idioma, la religión, las costumbres y otros elementos propios de una cultura mestiza, de una cultura peruana que ha sido forjada desde adentro con esfuerzo, con victorias y derrotas.

Nostalgia de barro

Este texto es un volver a la atmósfera familiar: el padre, la madre, los hermanos;  el cerro natural de unos habitantes que aman la tierra, que aman a sus animales, compañeros fieles de sus días humanos y constantes.

Robert Jara ha creado una poesía muy personal para volver a la infancia, para premiarse por haber sido un niño dichoso entre las piedras, los ríos, las chacras, los pájaros, entre una naturaleza hermosa y repleta de sorpresas. Las calles, las casas, los amigos vuelven en su palabra poética; desfilan el tiempo ido, la ternura de los  familiares más cercanos; es, en suma,  una nostalgia de barro; es, una amplia metáfora de la vida, de los días acumulados que jamás volverán,  pero que  perdurarán en los sentimientos, en la lejanía; es una poesía telúrica, fiel a las vivencias y experiencias más cotidianas.

Desfilan en Nostalgia de barro: la cordillera, el sol, la luna, el sauce añoso, el candil nocturno, la pampa, la mujer que se ama con el corazón tierno, la infancia tan aferrada a la memoria;  los niños cercanos, los hermanitos que juguetean en la atmósfera rural; la ilusión y la desilusión del campesino, cuidador de su propia tristeza y de sus animales; las tapias, los caminos, los eucaliptos anunciadores de un paisaje impregnado de sonidos, colores y crepúsculos; la casa familiar, con sus amplios corrales de adobe, la casa de quincha y de barro; papá y mamá acariciando la cabecita de sus niños; los asnos, los burros, los gallos…

Robert Jara ha subido el tono su poesía para trasmitirnos una poesía cálida y tan comprometida con su vida, sus emociones, sus nostalgias y su terruño.

Creo que la vida intensa de Robert Jara ha devenido en un rico imaginario de expresiones donde la poesía ha cumplido su rol: enternecernos y conectarnos con un mundo poético personal que, sin duda, perdurará en el tiempo.
  

Trujillo, 03 de octubre de 2012
(Casa Museo “Juan Félix Cortés Espinosa”)

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[1] Juan Félix Cortes Espinosa (Sullana─Piura, 1944)
Escritor, Crítico Literario, Periodista, Promotor Cultural
Fundador del grupo cultural Runakay
Fundador de la casa museo Juan Félix Cortes Espinosa
Director de la revista Lo que importa es el hombre