Tuesday, June 26, 2007

De autores respetables y famosos

un cuento de Robert Jara

Y llegó el catedrático al pueblo.

Yo era uno los cinco gatos que había logrado pisar una universidad, y para colmo, la misma donde enseñaba aquel catedrático. Nunca había visto a tanto vecino junto para un evento cultural. Ya recuerdo, la propaganda decía que habría agasajo.

La vaca sagrada del pueblo lo presentó. Y lo juro, sin exagerar, que se aventó tal rollo, que cuando el catedrático, de terno y corbata, empezó la magistral disertación, ya algunos se habían quedado dormidos. Para colmo, una vieja roncaba en primera fila, boquita pintada, perfumada, bracitos cruzados, alhajada. El catedrático, para el roche, carraspeó, pero la vieja, ni con el culo. Sin más remedio, luego de arreglarse sospechosamente la corbata y sin dejar de acomodarse los lentes, con ese amague cojudo que delata a los intelectuales creídos, se derritió devolviendo bombos y platillos a la vaca, a quien por supuesto había conocido hace apenas unos diez minutos. Mientras tanto, la vieja, había subido descaradamente el volumen de su magistral roncadera. Pero él no le prestó importancia: estaba bastante ocupado en retribuir con una cordial sonrisa, la sonrisa complacida de la vaca, quien era vecino de silla de la vieja. Otra vez, se acomodó la corbata y los lentes, y por si las moscas alguien no había estado atento o recién había llegado, se gastó media hora en lamerse el ojo con fruición y sadismo, él mismo; eso sí, magistralmente. No se le escapó mencionar ni una de las trece universidades, entre nacionales y extranjeras, donde había estudiado y enseñado, como tampoco dejó de forzar antojadizamente cierto grado de familiaridad, a la cual arribaba a través de los más disímiles atajos, con cuanto autor él etiquetaba de respetable y famoso; y un centenar de indiscreciones más por el estilo: como la pléyade de profesores eminentes que había tenido y la pléyade de eminentes alumnos que había formado; lo único que le faltó, por que no pudo y no por que no quería, fue mostrar su colección de desteñidos pergaminos que sustentaban su tan publicitada excelencia académica. Abundó tanto en el tema que, honor a la palabra, no me acuerdo ni mierda. Pero eso sí, cómo olvidar los magistrales ronquidos de la vieja que para ser sincero, me caí en gracia. Yo gozaba cada vez que el catedrático entre carraspeos y acomodos de lentes y corbata, reprochaba los ronquidos lanzándole miradas furibundas; pero la vieja, como siempre, ni con el…

Cuando yacía medio abandonado sobre mi silla, sacándome flojeras de los dedos, aguantando bostecitos, oí que dijo: ahora sí amable concurrencia, de frente al grano. Irónicamente fue un bendito bálsamo, y tanto, que me acomodé decentemente en mi sitio. Lo que vino, fue incomprensible, esotérico, magistral para los eruditos; lo único que sé, es que se la pasó citando y citando nombres de autores y las grandes elucubraciones mentales de éstos; según él, famosos, y por supuesto, muy respetables. La vieja, ni decirlo, seguía con la cantaleta de sus ronquidos; pero eso sí, muy respetables también; tanto, que nadie le decía ni pío. Por ratos la vaca sagrada, indignado, disimulada e infructuosamente le metía codazos para despertarla; pero eso sí, sin desatender al catedrático, quien aprobaba la medida con una sonrisa gentil y un pendejo reacomodo de lentes y corbata, sin cortar un ápice el hilo de su soberbia charla, qué cosa loca. Los ronquidos, hermosos, imán que no me deja huir despavorido. Entretenido entre la vaca, el catedrático y la adorable vieja, tardé en fijarme que un par de asistentes más hacía rato que habían caído rendidos en los brazos de Morfeo; me tapé duro la boca para que no se me escapara ni un solo hilo de carcajada; pero aún así se oyó un poquito; y lo sé por que el catedrático me desaprobó con la mirada, la cual coronó con un clásico reacomodo de lentes y corbata ¡que ya me tenía una bola hinchada y la otra a punto de reventar! Pero allí no acababa todo; el resto, a excepción de la vaca y un chato, que sentábase al fondo, libraban una lucha quijotesca, injusta, desmedida, por mantener los parpados abiertos; el flaco de mi costado graciosamente se echaba saliva a los ojos. Yo, prohibido quitarme la mano de la boca. Las citas seguían a la orden; los cuatro gatos despiertos, no hacían más que decir "sí, sí" con la cabeza; no sé si por purita inercia, para no quedarse dormidos o simplemente para camuflar y solapar la ignorancia. Mientras tanto, yo, a medida que avanzaba el tiempo oía más hermoso los ronquidos de la vieja; tanto, que llegué a sentir remordimiento por no haberme sentado junto a ella. Por otro lado, la elocuencia del "profesor" era envidiable, !vaya cuánto sabia!, !qué avalancha de ideas es su cabeza!, ! Vaya, y de autores respetables y famosos! Pero un bálsamo repentino volvió a distraerme cuando oí que dijo: eso ha sido todo respetable concurrencia, muchísimas gracias. Por diosito, lo juro, ni sé por qué carajo pero me levanté de mi sitio como si me hubieran reventado una bomba en el trasero, y me puse a aplaudir como loco. La hembrita de amarillo, al fin dejó de removerse los mocos con el dedo. Morfeo, ni darle vueltas, se palteó conmigo; y no por las huevas, pues mi furibundo aplauso le arrancó de los brazos a casi todos sus acólitos; digo casi, por que la vieja, nada que ver. El flaco de mi costado se paró aún somnoliento, creo yo, para rascarse el culo, pero hubo tal confusión que todos, uno a uno, se fueron poniendo de pie remedándolo; y el aplauso, por diosito, en menos de lo que canta un gallo, podía escucharse clarito a mil metros a la redonda. El catedrático infló el pecho; sonreíase; tenía cara de emperador romano dirigiéndose a su pueblo; aunque a ratos más bien parecía la cara que pongo tras vencer un puto estreñimiento; como nunca se acomodaba y reacomodaba los lentes y la corbata, regodeándose, moviendo la cabeza para atrás y para adelante. Todo me recordó el final de un concierto rancio y apolillado de algún pianista, disquen muy respetable y muy famoso. El aplauso inercial parecía destinado a ser eterno, infinito.

En la ronda de preguntas participaron muchos, pero claro, para transportarlo al paraíso a punta de halagos, excelente, magistral, buenísimo... Su cara, sinceramente, inspiraba una inexplicable reverencia, el humilde San Martín de Porras le quedaba chiquito, sus ojos tiritaban de gloria. Tras calcular que nadie más levantaría la mano, me atreví a levantar tímidamente la mía, congelado de miedo, claro, por que rompería el hilo de alabancia, y además por que me asusta tanto ojo clavado en mí al mismo tiempo. Quise ser mago y desaparecerme, pero nada; Luis y Dorotea que se daban piquitos en la banca del fondo me subieron la moral, a tal punto, que me animaron a paticipar: profe, dígame, por favor, en cinco palabras, ¿qué es la identidad cultural? Sonrió y me dijo, mierda acomodándose los lentes y la corbata, que era una excelente pregunta y no sé cuánta pendejada más. Tampoco sé cómo demonios, aunque me consuela el que él tampoco quizá lo sepa, comenzó con su cantaleta de citarme y citarme libros y autores respetables y famosos, e inflaba el pecho y caminaba como pavo real. No miento, citó 27 autores en 3 minutos, y es que para no aburrirme ni dormirme, en vez de atenderlo, mejor me puse a hacer estadísticas. Todos lo miraban con atención, con qué atención lo miraban, ¿cuándo acabaría?, que se apure, ya huele rico el agasajo, las tripas rechinan, y fue cuando el chato bien al arete y pelo pintado, aprovechando la leve y única pausa que el catedrático hiciera, tratando de recordar a cierto autor, respetable y famoso, prorrumpió desde el fondo: el chino podrá irse a Francia, a Perú, a la luna, a donde quiera, pero cuando vuelve, vuelve igualito de chino. El catedrático, carraspeó, le quitó la mirada furtivamente, se acomodó la corbata, y continuó con su clásica cantaleta. La vieja, abrió más la boca, le quedarían apenas tres muelas podridas, se reacomodó sobre la silla, soltó un pedo chiquito pero apestoso, y subió al máximo el volumen de sus magistrales y adorables ronquidos.

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Cuento publicado en el proyecto quipu: http://quipu1.blogspot.com/
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