Por: Blasco Bazán Vera
Miembro del Instituto de Estudios Vallejianos-Trujillo-Perú
Miembro del Instituto de Estudios Vallejianos-Trujillo-Perú
Cuando Vallejo, la tarde del 23 de junio de 1923, pasajero de tercera, se ausentaba del Perú, ni él, ni nosotros imaginábamos que lo veríamos más.
El pantalón gris y el saco azul que vestía, eran sacudidos por el viento marino, arrugándolos como arrugado y taciturno iba su cuerpo magro, pero desafiante y paladino.
En el Perú quedaban los bellos y también, tristes recuerdos. Trabajó, para sustentarse, bajo la férula del amo de la hacienda Roma. Las aulas de su Centro Viejo, del San Juan y las de la bolivariana Universidad de Trujillo, lloraron aquel día; lo mismo hicieron las paredes de su pensión de la calle Los Huérfanos de Lima donde se desnutría a causa de la mísera alimentación que le daban.
No supieron de su viaje ni Abraham Valdelomar ni Alberto Ureta; menos Alberto Hidalgo y Alberto Guillén ni tampoco el chiclayano Juan José Lora y muchos amigos más. Vallejo partió en silencio sin más compañeros que su soledad y su suerte.
Esa ausencia sería compartida por los diarios y revistas limeñas: “El Comercio”, “La Prensa”, “La Crónica”, “Mundial” y “Variedades” de Clemente Palma a quien Vallejo, su desliz, lo convirtió en triunfo al hacerlo luego, efusivo amigo.
Partió Vallejo llevándose en su retina la imagen de José Santos Chocano y zumbando en sus oídos la contundentes sentencias de Manuel González Prada sin olvidar las señeras palabras de Antenor Orrego quien lo acogió en el “Grupo Norte” y le insufló el hálito de la victoria.
Se fue Vallejo con el corazón hechos pedazos recordando aquella noche en que llegó a Santiago de Chuco. Tocó la puerta de casa, y nadie respondió a su llamado. Su madre había muerto. La familia, dispersa; y, en esa tristeza, escribir que siente “ganas lindas de almorzar, de saborear y beber las aguas de tierra natal”.
Atrás quedaba el bochinche que hasta ahora no termina y que lo enclaustró largos días en la cárcel de Trujillo. Así, como quien nadie es profeta en su tierra, apaleado en los huesos y envilecido su espíritu, el barco “Orita” partió del Callao balanceando sus maderos llevando en él la figura universal de nuestro César Abrahám Vallejo Mendoza quien trataba de enriquecer su voluntad con las palabras de Nietzsche: “Lo que no me mata, me hace fuerte”.
Después de 21 días llegó a Francia quedándose deslumbrado por las cosas bellas que veía; repitiendo afanoso el poema “Las Flores del mal” de Charles Baudelaire. Lo decía en castellano porque de francés no sabía nada. Así, entre eufórico y pasmado se alojó en el Hotel des Ecoles, en el Cartier Latin.
Desde que llegó a Francia, en julio de 1923, supo adaptarse a las circunstancias y como un signado hombre, doblegó con sus versos la ternura de una mujer como la que encontró una media noche y le recitó al oído: “Mer crees amis: quand je mourrai, plantez un soul au cimetier (Queridos amigos: Cuando muera, plantad un ciprés sobre mi tumba). En París acrecentó su amistad con Macedonio de la Torre, Alfonso de Silva, Pablo Abril de Vivero, Mariano H.Cornejo y los hermanos Gonzalo, Ernesto y Carlos More.
Vallejo, como dice Armando Bazán, “tenía la timidez del indio en ciertos casos exhibía también la audacia, el ímpetu del español cuando entreveía la posibilidad de de un éxito, principalmente al tratarse de contrario sexo”, usó este atributo cuando en 1925 conoció a una muchachita llamada Hirondelle (Golondrina, en castellano), de quien queda prendado y convertirse en el hombre más feliz de la tierra., escribiendo luego: “Hallazgo de mi vida: Señores, hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida que hoy, por primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas…”.
Hirondelle, la niña virginal y joven, la de los rubios cabellos. Acompaña a nuestro vate por las mejores plazas, sabrosas heladerías y casas de amigos. Hirondelle es la hembra que Vallejo buscaba y que temía pederla por la diferencia de años. La dulce voz de la niña rubia era un timbre de dulce alarma para las fibras del santiaguino que presto lamía la manita escurridiza de la francesita y lo volvía a la realidad al verla a su lado.
Armando Bazán, sobre un paseo que tuvo Vallejo con Hirondelle ,nos dice: “…Hirondelle tiene sobre su falda color lacre el saco de franela azul oscuro y el sombrero “sarita”, que sigue siendo la debilidad del poeta. A Hirondelle le gusta ver ese rostro, que es la antítesis del suyo, con la cabellera lacia al viento. “Muy bien ¡muy bien señor, rema usted como un deportista…¿Cómo aseguraba que no sabía remar?”. Mientras la transpiración le aflora a la frente, Vallejo no hace más que sonreir ampliamente, separando los carnosos labios y luciendo la refrescante blancura de su dientes fuertes”.
Esta bella niña, contra el pedido de sus padres entregó su amor a Vallejo. Se impuso sobre amargas palabras que quisieron apartarle de aquel. Ni el cambio de domicilio ni menos el confinamiento pudieron apartar de su corazón la presencia categórica del Vallejo de toda su vida. Las cartas juveniles que le escribió fueron el tierno riego hacia aquellas almas nacidas para amarse. Ella, le brindo su categoría social; él, le correspondió con su finísima personalidad y la rodeo de amigos como Juan Larrea, Pablo y Xavier Abril, los hermanos More, Julio Gálvez Orrego, Raúl de Vernuil, René Mossisson de sentida calidad humana.
Hirondelle, deja de llamarse tal para llamarse, a los 18 años de edad en que se casa con Vallejo: La señora Georgette de Vallejo. Sus bellos ojos verdes podían por fin contemplar indefinidamente el rostro cetrino y acerado del hombre que amaba. Viven en pleno centro de París para luego viajar a Moscú donde contemplan la muralla del Kremlin y la catedral de San Basilio. Regresan y vuelven para luego ya no ser aceptado, Vallejo, en Francia, por la vida revolucionaria que llevaba. Vive clandestinamente en París hasta que el gobierno le devolvió la residencia.
Cincela nuevas obras como “Los hermanos Colocho”, escribe “La piedra cansada” y pulimenta “Poemas Humanos” y “España aparta de mi este cáliz”. El 13 de marzo de 1938 dice que se va a “acostarse un momento a descansar”. Al día siguiente permanece en el lecho. Lo visitan los médicos y afirman que le pasará nada, porque “nunca se ha visto morir a un hombre que sólo está cansado”. La fiebre llega a 40º.Ya en la clínica “Villa Arago” donde lo han llevado, hay desconcierto. Así llega 11 de abril en que entra en coma para que el 15 de abril, Jueves Santo, como su poema lo había anunciado, expiró; sin poder escuchar aquello de: “No nos dejes, valor, vuelve a la vida” que le decían sollozantes su dulce Hirondelle o Georgette de Vallejo, Juan Larrea, Gonzalo More, Toto Mould Távara y el escultor chileno Cuto Oyarzum con su esposa.
El Instituto de estudios Vallejianos que preside el escritor, Dr. Adolfo Alva Lescano, ha recordado a Vallejo, en la más altruista dimensión que nuestro vate se merece. Paz en su tumba.
El pantalón gris y el saco azul que vestía, eran sacudidos por el viento marino, arrugándolos como arrugado y taciturno iba su cuerpo magro, pero desafiante y paladino.
En el Perú quedaban los bellos y también, tristes recuerdos. Trabajó, para sustentarse, bajo la férula del amo de la hacienda Roma. Las aulas de su Centro Viejo, del San Juan y las de la bolivariana Universidad de Trujillo, lloraron aquel día; lo mismo hicieron las paredes de su pensión de la calle Los Huérfanos de Lima donde se desnutría a causa de la mísera alimentación que le daban.
No supieron de su viaje ni Abraham Valdelomar ni Alberto Ureta; menos Alberto Hidalgo y Alberto Guillén ni tampoco el chiclayano Juan José Lora y muchos amigos más. Vallejo partió en silencio sin más compañeros que su soledad y su suerte.
Esa ausencia sería compartida por los diarios y revistas limeñas: “El Comercio”, “La Prensa”, “La Crónica”, “Mundial” y “Variedades” de Clemente Palma a quien Vallejo, su desliz, lo convirtió en triunfo al hacerlo luego, efusivo amigo.
Partió Vallejo llevándose en su retina la imagen de José Santos Chocano y zumbando en sus oídos la contundentes sentencias de Manuel González Prada sin olvidar las señeras palabras de Antenor Orrego quien lo acogió en el “Grupo Norte” y le insufló el hálito de la victoria.
Se fue Vallejo con el corazón hechos pedazos recordando aquella noche en que llegó a Santiago de Chuco. Tocó la puerta de casa, y nadie respondió a su llamado. Su madre había muerto. La familia, dispersa; y, en esa tristeza, escribir que siente “ganas lindas de almorzar, de saborear y beber las aguas de tierra natal”.
Atrás quedaba el bochinche que hasta ahora no termina y que lo enclaustró largos días en la cárcel de Trujillo. Así, como quien nadie es profeta en su tierra, apaleado en los huesos y envilecido su espíritu, el barco “Orita” partió del Callao balanceando sus maderos llevando en él la figura universal de nuestro César Abrahám Vallejo Mendoza quien trataba de enriquecer su voluntad con las palabras de Nietzsche: “Lo que no me mata, me hace fuerte”.
Después de 21 días llegó a Francia quedándose deslumbrado por las cosas bellas que veía; repitiendo afanoso el poema “Las Flores del mal” de Charles Baudelaire. Lo decía en castellano porque de francés no sabía nada. Así, entre eufórico y pasmado se alojó en el Hotel des Ecoles, en el Cartier Latin.
Desde que llegó a Francia, en julio de 1923, supo adaptarse a las circunstancias y como un signado hombre, doblegó con sus versos la ternura de una mujer como la que encontró una media noche y le recitó al oído: “Mer crees amis: quand je mourrai, plantez un soul au cimetier (Queridos amigos: Cuando muera, plantad un ciprés sobre mi tumba). En París acrecentó su amistad con Macedonio de la Torre, Alfonso de Silva, Pablo Abril de Vivero, Mariano H.Cornejo y los hermanos Gonzalo, Ernesto y Carlos More.
Vallejo, como dice Armando Bazán, “tenía la timidez del indio en ciertos casos exhibía también la audacia, el ímpetu del español cuando entreveía la posibilidad de de un éxito, principalmente al tratarse de contrario sexo”, usó este atributo cuando en 1925 conoció a una muchachita llamada Hirondelle (Golondrina, en castellano), de quien queda prendado y convertirse en el hombre más feliz de la tierra., escribiendo luego: “Hallazgo de mi vida: Señores, hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida que hoy, por primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas…”.
Hirondelle, la niña virginal y joven, la de los rubios cabellos. Acompaña a nuestro vate por las mejores plazas, sabrosas heladerías y casas de amigos. Hirondelle es la hembra que Vallejo buscaba y que temía pederla por la diferencia de años. La dulce voz de la niña rubia era un timbre de dulce alarma para las fibras del santiaguino que presto lamía la manita escurridiza de la francesita y lo volvía a la realidad al verla a su lado.
Armando Bazán, sobre un paseo que tuvo Vallejo con Hirondelle ,nos dice: “…Hirondelle tiene sobre su falda color lacre el saco de franela azul oscuro y el sombrero “sarita”, que sigue siendo la debilidad del poeta. A Hirondelle le gusta ver ese rostro, que es la antítesis del suyo, con la cabellera lacia al viento. “Muy bien ¡muy bien señor, rema usted como un deportista…¿Cómo aseguraba que no sabía remar?”. Mientras la transpiración le aflora a la frente, Vallejo no hace más que sonreir ampliamente, separando los carnosos labios y luciendo la refrescante blancura de su dientes fuertes”.
Esta bella niña, contra el pedido de sus padres entregó su amor a Vallejo. Se impuso sobre amargas palabras que quisieron apartarle de aquel. Ni el cambio de domicilio ni menos el confinamiento pudieron apartar de su corazón la presencia categórica del Vallejo de toda su vida. Las cartas juveniles que le escribió fueron el tierno riego hacia aquellas almas nacidas para amarse. Ella, le brindo su categoría social; él, le correspondió con su finísima personalidad y la rodeo de amigos como Juan Larrea, Pablo y Xavier Abril, los hermanos More, Julio Gálvez Orrego, Raúl de Vernuil, René Mossisson de sentida calidad humana.
Hirondelle, deja de llamarse tal para llamarse, a los 18 años de edad en que se casa con Vallejo: La señora Georgette de Vallejo. Sus bellos ojos verdes podían por fin contemplar indefinidamente el rostro cetrino y acerado del hombre que amaba. Viven en pleno centro de París para luego viajar a Moscú donde contemplan la muralla del Kremlin y la catedral de San Basilio. Regresan y vuelven para luego ya no ser aceptado, Vallejo, en Francia, por la vida revolucionaria que llevaba. Vive clandestinamente en París hasta que el gobierno le devolvió la residencia.
Cincela nuevas obras como “Los hermanos Colocho”, escribe “La piedra cansada” y pulimenta “Poemas Humanos” y “España aparta de mi este cáliz”. El 13 de marzo de 1938 dice que se va a “acostarse un momento a descansar”. Al día siguiente permanece en el lecho. Lo visitan los médicos y afirman que le pasará nada, porque “nunca se ha visto morir a un hombre que sólo está cansado”. La fiebre llega a 40º.Ya en la clínica “Villa Arago” donde lo han llevado, hay desconcierto. Así llega 11 de abril en que entra en coma para que el 15 de abril, Jueves Santo, como su poema lo había anunciado, expiró; sin poder escuchar aquello de: “No nos dejes, valor, vuelve a la vida” que le decían sollozantes su dulce Hirondelle o Georgette de Vallejo, Juan Larrea, Gonzalo More, Toto Mould Távara y el escultor chileno Cuto Oyarzum con su esposa.
El Instituto de estudios Vallejianos que preside el escritor, Dr. Adolfo Alva Lescano, ha recordado a Vallejo, en la más altruista dimensión que nuestro vate se merece. Paz en su tumba.
1 comment:
un artículo bien sentido y del que se sentiría muy dichosamente humano el vate de santiago de chuco.
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