Sunday, April 09, 2006

De las elecciones en Perú...

Hoy domingo, 9 de abril del 2006, en que 16 millones de peruanos asistimos a votar libremente (¡tan libremente que hay multa si no lo hacemos!) me parece muy oportuno publicar este breve ensayo que escribiera hace ya algunos años.

Vamos Perú, votemos. Después de todo sólo elegiremos al próximo candidato que deseamos continúe matando nuestras esperanzas. No hay modo de eludir tal responsabilidad civil e histórica (y suicida) de elegir a nuestro próximo verdugo. Acaso el acto de elegirlo nosotros mismos nos alivie un poco la muerte en proceso.

Lo siento, pero el Perú es como un enfermo terminal: no hay doctor (candidato) ni medicamentos (plan de gobierno) que lo curen.

Las mayorías democráticas

El que la mayoría respalde un evento no implica que este evento sea el más favorable, el más idóneo. Tampoco implica que la mayoría goce de superioridad racional. El respaldo mayoritario es el factor numérico que echa andar el mundo cuando este se atasca ante algún dilema; es el factor numérico que discrimina a favor de una de las alternativas existentes. La lógica es sencilla: es necesario elegir entra A, B, C, etc., para que el mundo se eche a rodar, se desatasque; allí es cuando aparecen las mayorías democráticas, allí es cuando se justifica su existencia.

La toma de decisiones colectiva, democrática, es un eufemismo que solapa y justifica la exclusión de las minorías; y prioriza, entrona, la voluntad de las mayorías. Es así como estas últimas dimanan monopolizando el devenir histórico y el “derecho a acertar o errar”. Pero, claro está, las mayorías no monopolizan la razón, ni los aciertos, ni la lucidez; como tampoco las minorías desplazadas monopolizan la sin razón, los errores, la miopía.

Si bien las mayorías desatoran el devenir histórico eligiendo la ruta a seguir, allí mismo acaban sus grandes facultades. Pues éstas son completamente excluidas de la ejecución, concreción y construcción de dichas rutas. Esta responsabilidad recae en las minorías ejecutoras, no las excluidas, si no las de elite, de quienes depende por completo el estado final de la ruta. ¿Eso es democracia, decidir una ruta para que otros las concreten? En este sentido las minorías excluidas sólo han de envidiarle a las mayorías el no ser un número más grande; detalle que las condena a una postergación sistemática y constante. ¿Por qué no son las minorías desplazadas las que desatoren el mundo? ¿Acaso las minorías desplazadas no tienen derecho a errar o acertar? Un número no debería negar este derecho, pero sí lo hace.

¿Pero realmente las mayorías democráticas deciden el devenir histórico? : sí, pero sólo aparentemente. Esto es lo que se ve en el escenario, es el montaje formal. Tras bastidores son las minorías de elite quienes realmente deciden todo valiéndose de la parafernalia publicitaria y de las bondades de la psicología de masas. Las mayorías lamentablemente parecen ser altamente domesticables razón por la que inevitablemente sucumben ante las grandes estrategias publicitarias. Las mayorías en ese sentido resultan ser sólo una conciencia extendida o proyectada de la conciencia de las minorías de elite. Su poder de decisión no es más que un infeliz espejismo, una cruel y simple acción inducida.

Las minorías de elite deciden el devenir histórico valiéndose de su médium favorito: las grandes mayorías. Las minorías desplazadas dimanan en gritos y aleteos. Así es como quedan llanamente repartidos los roles sociales en un típico proceso democrático.

1 comment:

Anonymous said...

Muy cierto, las masas (mayorías como tú las llamas) siempre han sido un títere cuyos hilos son manejados a su antojo por las minorias poderosas.

Axel.