Me es imposible suponer al pez alegrarse cuando es arrancado del río y puesto en una pecera.
La especialización poco a poco coloca al hombre en una parcela, lo secuestra. Pero el hombre, como que no se inmuta, padece indiferencia; si pez, moriría de pena, el pez añora el río, su pecera sin fronteras. Será que el hombre cree, a punta de lecciones, que no es un reo, si no que es libre. El pez no, el se sabe reo.
La especialización concentra el esfuerzo humano en un punto específico. Es gasfitero que repara goteras por donde se fuga el esfuerzo, es válvula de precisión envidiable, es celoso guardián que vela por la optimización de éste. Es como ir abrazando una pirámide de la base a la punta.
En la medida en que crecen las necesidades inventadas, se sustenta el chantaje silencioso del secuestrador. Y se tiende el velo, la cortina de humo que priva al reo a percatarse del encarcelamiento; quizá se hace el de la vista gorda por feliz conveniencia. Las lecciones le ayudan a ver un océano, un río donde hay una pecera; un continente, donde hay una isla. Y quizá calla por que decide, cómplice de si mismo, que el trueque es bueno: no puede un continente de necesidades contra una isla de comodidades, simplemente no puede.
Quizá el secuestrador encarcele al reo en un átomo, y allí lo asfixie consentidamente. El reo ignora y olvida que le es innato abrir ventanas y tender puentes hacia los átomos vecinos y coquetear con ellos. Y lo peor, ignora que es un modo de sacudirse del amo y burlarlo.
La especialización poco a poco coloca al hombre en una parcela, lo secuestra. Pero el hombre, como que no se inmuta, padece indiferencia; si pez, moriría de pena, el pez añora el río, su pecera sin fronteras. Será que el hombre cree, a punta de lecciones, que no es un reo, si no que es libre. El pez no, el se sabe reo.
La especialización concentra el esfuerzo humano en un punto específico. Es gasfitero que repara goteras por donde se fuga el esfuerzo, es válvula de precisión envidiable, es celoso guardián que vela por la optimización de éste. Es como ir abrazando una pirámide de la base a la punta.
En la medida en que crecen las necesidades inventadas, se sustenta el chantaje silencioso del secuestrador. Y se tiende el velo, la cortina de humo que priva al reo a percatarse del encarcelamiento; quizá se hace el de la vista gorda por feliz conveniencia. Las lecciones le ayudan a ver un océano, un río donde hay una pecera; un continente, donde hay una isla. Y quizá calla por que decide, cómplice de si mismo, que el trueque es bueno: no puede un continente de necesidades contra una isla de comodidades, simplemente no puede.
Quizá el secuestrador encarcele al reo en un átomo, y allí lo asfixie consentidamente. El reo ignora y olvida que le es innato abrir ventanas y tender puentes hacia los átomos vecinos y coquetear con ellos. Y lo peor, ignora que es un modo de sacudirse del amo y burlarlo.
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