¿Cuando decimos que amamos, con envidiable convicción, qué es lo que realmente estamos diciendo?
Imaginemos esta historia común: Luis está perdidamente enamorado de Rosa. Tanto la ama que se casan; pero al poco tiempo la relación se deteriora y se divorcian. Un tiempo después Luis llega a comprender que nunca la amó realmente, y que se siente mejor sin ella. La pregunta que surge es: ¿La amó o no la amó? ¿A quien le creemos, a ese Luis que respondiera antes de casarse, o a ese Luis que respondiera después del divorcio? ¿Cuál de las dos respuestas es la más valedera?
Después de la ruptura, es posible que exista un lapso de tiempo mínimo pero necesario, durante el cual se logre disipar completamente todo rastro de despecho; este tiempo necesario permitiría abordar las cosas con cierta distancia, con más calma, sin la perturbación negativa de los impulsos emocionales momentáneos. Este lapso de tiempo nos sirve para aceptar la ruptura con cierta resignación e inteligencia: nos hace abandonar nuestra infructuosa empresa de querer olvidar los recuerdos, y más bien nos encamina hasta alcanzar el punto en que los recuerdos ya no nos causen dolor. Antes de este lapso de relajación emocional, una respuesta a ¿la amé o no? será una repuesta elaborada desde la frustración, desde el despecho que toda ruptura amorosa acarrea; por tanto será una respuesta subjetiva. En cambio, una respuesta formulada tras haber transcurrido dicho lapso es limpia, transparente y objetiva.
¿Qué se desprende de lo dicho? Irónicamente, que no hay modo de saber, con certeza, si uno ama o no a una persona, si no es terminando la relación con ésta. Pues, de no suceder la ruptura, tampoco sucedería el lapso de relajación emocional necesario para resolver la incerteza del amor.
Preguntémonos, ahora, ¿qué sería de uno si la ruptura sucediera sólo a causa de la muerte? ¡No existiría el tiempo de relajación! Lo que implicaría que uno se ha largado a la tumba sin saber, con certeza, si amamos o no al gran amor de nuestra vida.
Imaginemos esta historia común: Luis está perdidamente enamorado de Rosa. Tanto la ama que se casan; pero al poco tiempo la relación se deteriora y se divorcian. Un tiempo después Luis llega a comprender que nunca la amó realmente, y que se siente mejor sin ella. La pregunta que surge es: ¿La amó o no la amó? ¿A quien le creemos, a ese Luis que respondiera antes de casarse, o a ese Luis que respondiera después del divorcio? ¿Cuál de las dos respuestas es la más valedera?
Después de la ruptura, es posible que exista un lapso de tiempo mínimo pero necesario, durante el cual se logre disipar completamente todo rastro de despecho; este tiempo necesario permitiría abordar las cosas con cierta distancia, con más calma, sin la perturbación negativa de los impulsos emocionales momentáneos. Este lapso de tiempo nos sirve para aceptar la ruptura con cierta resignación e inteligencia: nos hace abandonar nuestra infructuosa empresa de querer olvidar los recuerdos, y más bien nos encamina hasta alcanzar el punto en que los recuerdos ya no nos causen dolor. Antes de este lapso de relajación emocional, una respuesta a ¿la amé o no? será una repuesta elaborada desde la frustración, desde el despecho que toda ruptura amorosa acarrea; por tanto será una respuesta subjetiva. En cambio, una respuesta formulada tras haber transcurrido dicho lapso es limpia, transparente y objetiva.
¿Qué se desprende de lo dicho? Irónicamente, que no hay modo de saber, con certeza, si uno ama o no a una persona, si no es terminando la relación con ésta. Pues, de no suceder la ruptura, tampoco sucedería el lapso de relajación emocional necesario para resolver la incerteza del amor.
Preguntémonos, ahora, ¿qué sería de uno si la ruptura sucediera sólo a causa de la muerte? ¡No existiría el tiempo de relajación! Lo que implicaría que uno se ha largado a la tumba sin saber, con certeza, si amamos o no al gran amor de nuestra vida.
1 comment:
El amor parece ser un estado latente.
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